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26 .T. MICÓ teología racional por los problemas que afectaban a la espiritualidad de la Iglesia. Otros escritores, tales como Juan de Fecamp (t 1076), señalaban los pasos dados por el Redentor para realizar la obra de la salvación, pero no como pura investigación teológica, sino como invitación a participar en ellos por la contemplación afectiva. Sin embargo es san Hernardo (t 1153), sin lugar a dudas, el que más influyó en la humanización de la cristolgía. Siguiendo la tradición patrís– tica, aprovechará sus sermones y comentarios bíblicos para exponer, con un lenguaje poético y tierno capaz de fascinar a los lectores, los miste– rios de Jesús narrados en los Evangelios. Las razones que aporta san Bernardo para caminar en tal dirección son que nuestro corazón, por ser de carne, se aficiona más fácilmente a la carne de Cristo que a su divi– nidad, ya que la carne busca primero lo que es, como ella, carnal. Sin la humanidad de Cristo, nuestro amor a Dios estaría como en suspenso, sin un objeto al que asirse. Por tanto, la encarnación del Verbo es la obra amorosa de Dios en favor nuestro. La humanidad de Cristo es la luz que nos descubre la divinidad. Esta devoción no es simplemente especulativa; como el pájaro en su escondite y la tórtola en su nido, nosotros debemos vivir en las llagas del Señor, muy junto a su corazón, para meditar en los misterios de su humanidad, sobre todo en la encarnación, el nacimiento, la muerte y la resurrección. Todos estos teólogos contribuyeron a humanizar la imagen de Dios, encontrando en el Cristo de los Evangelios al Hijo que nos hace presente el amor del Padre. D'c ese modo Cristo es presentado al pueblo como el sacramento del Padre; de ahí que confesarlo, adorarlo y seguirlo se conviertan en el modo más adecuado de responder a la llamada salvadora de Dios. Los cristianos medievales necesitaban ver para creer. Una visión que empieza por los ojos de la carne para terminar en los de} espíritu. Fran– cisco en su Admonición 1 expresa bien -el sentir del pueblo, por otra parte coincidente con el Evangelio y la doctrina de la Iglesia, al decir que a Dios no lo ha visto nadie y que el único camino para llegar al Padre es a través de Cristo. De este modo, Jesús es a la vez Camino y Caminante, del que hay que seguir las huellas para llegar al encuentro de Dios. Esta mediación de Jesús nos llega a nosotros a través del Evangelio, el relato que cristaliza su persona y actividad y en el que se nos muestra lo que es Dios para nosotros y el camino para llegar a Él, una itinerancia espiritual que está animada por el Espíritu Santo.

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