BCCCAP00000000000000000001527

24 J. MICÓ amplio movimiento •espiritual que ocupa todo un período de la Iglesia. Por primera vez se siente esa sensación emocionante de que se va a difun– dir sobre la tierra el mensaje evangélico, la liberación de todo miedo y de toda angustia. l. LA HUMANIDAD DE DIOS El comienzo de la baja Edad Media parece asumir como tarea el em– peño de humanizar a Dios. El arte se espiritualiza para que 10 divino se refleje a través de la materia. Lo figurativo en las catedrales tiene como fin la celebración de un Dios encarnado, el Hijo del hombre. El Cristo que había venerado el pueblo hasta entonces era el Cristo mayestático, sublime y teológico, de los Padres del siglo v y de los mosaicos romanos, el Consustancial al Padre, que posee toda ciencia y que un día vendrá a juzgar a vivos y muertos. El renacimiento carolingio había plasmado en Cristo el rasgo domi– nante de la grandeza imperial, ofreciendo en consecuencia un Cristo majestuoso. Las miniaturas de los «libros de horas» y los frescos de las iglesia& son. el reflejo de este Señor apocalíptico en el que prevalece la manifestación de su poder como gesto de dominio. Desde esta situación s•e leen los Evangelios, interpretando los acontecimientos cotidianos que allí se narran como simples instrumentos ocasionales para que se mani– fieste la divinidad en toda su magnificencia. Los rasgos de dolor y sufri– miento que acompañaron la vida terrena de Jesús son oscurecidos o enten– didos como signos de gloria, acentuando así su divinidad en detrimento de ·su humanidad. Este Cristo apocalíptico, manifestado especialmente en la escena del Juicio final, va dando paso, poco a poco, a un Jesús más humano, cuya función de Juez es tomada ahora de los Evangelios. Esta progresiva evo– lución se refleja perfectamente en el arte de las catedrales. Los maestros que hacen las nuevas iglesias no hacen sino plasmar en piedra la nueva sensibilidad espiritual de la cristiandad, la nueva imagen de Dios, el Cristo vivo del Evangelio, el Jesús terreno. Este cambio no es brusco sino que mantiene una continuidad con lo anterior. Recoge la simbólica románica, pero orientada hacia una representación de Cristo. La corte de figuras que rodean -su imagen, siempre en el centro, va cambiando a partir de esta nueva visión. Los viejos músicos dejan sitio a los apóstoles que ha– bían acompañado a Jesús en su vida terrena. Los antepasados que prepa– raron y anunciaron su venida, como los Reyes de Judá y los Profetas, rodean la entrada junto con todas las prefiguraciones terrestres del hombre-Dios.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz