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LA VIDA DEL EVANGELIO 51 la que no tenían cabida los radicalismos que hasta entonces habían carac– terizado al movimiento franciscano. La vuelta de Francisco de Oriente en 1220 marca el momento crítico en el que estas tendencias tradicionales van imponiéndose, haciendo de la Fraternidad un grupo estructurado en •el que los valores evangélicos asumidos al principio tienen que ser replanteados, perdiendo esa frescura que hacían del movimiento franciscano una interpelación constante a toda la Iglesia sobre su vivencia radical del Evangelio. La potencial fuerza cuestionadora que suponía la vivencia libre del Evangelio por la primitiva Fraternidad, es ,domesticada y trasvasada a unos «odres viejos», en los que pierde su capacidad interpelante y provocadora, para convertirse en una espiritualidad integrada en los esquemas sociorreligiosos del tiempo. La aceptación de este cambio supondrá para Francisco, como nos dice en el Testamento, el tener que defender los valores evangélicos que el Señor le inspiró como elementos estructuradores de su Fraternidad, con– cretándolos, en la medida de lo posible, en las dos Reglas. Dentro del entramado jurídico de este tipo de escritos, procurará •trazar con vigor, en cuanto ,el consenso con las otras fuerzas existentes en la Fraternidad se lo permitan, lo que para él era fundamental a la hora de reconocerse como un grupo 'de creyentes que pretendían seguir a Jesús de un modo consecuente. Para ello tuvo que defender con uñas y dientes el tipo de evangelismo en el que se le habfa dado, según su propia confesión, el poder seguir con fidelidad las huellas de Jesús. Pero los acontecimientos fueron por otra parte y, si bien es verdad que el núcleo fundamental del Evangelio prometido al Señor se mantuvo dentro de la Frater.nidad, también lo es que se realizó en las fo¡,mas tradicionales en que s·e movía la reforma de la (vida religiosa del tiempo. Si la vida llevada al principio le proporcionó el gozo de practicar el evangelismo que coincidía con sus deseos, luego, el Señor le fue llevando a una interiorización progresiva, hasta llegar, por el mismo camino que llegó Jesús, a la madurez evangélica de confiar ,sólo en Dios ,desde la oscuridad de su noche. El Francisco de los últimos años, aunque con momentos bajos en los que parece acentuarse su cansancio, nos muestra que el seguimiento de Jesús, en última instancia, no es una iniciativa nuestra que. discurra por el camino deseado, sino que es el Espíritu el que nos conduce por sendas queridas por el Padre, aunque a nosotros nos resulten incomprensibles y extrañas. Dejarse conducir por la mano providente de Dios, como hizo Francisco, es la mejor prueba de que se ha entendido lo que es y nos exige Jesús a través del Evangelio.

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