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LA VIDA DEL EVANGELIO 49 a los enemigos y hacer bi:en a los que nos odian, como hizo el mismo Jesús (1 R 22, 1; 2CtaF 38). Sólo así serán dignos de seguirle, configu– rando ese nuevo talante de vida que es el ser cristiano. Francisco fue capaz de apostar por esa forma de vida; de ahí que su persona se nos presente como una mezcla de fasdnación y temor, porque, en el fondo, nos está interpelando para que caminemos por est·e sendero incomprensible y duro, a la vez que plenifi.cador, de las bienaventuranzas. d) Jesús el Siervo El ·que se atreve a seguir a Jesús por el camino de las bienaventuranzas no queda impune. El poder diabólico del mal no perdona, como tampoco le perdonó a Él, que pretendamos sa1ir del círculo de su influencia (1 R 22, 19). Por eso, el seguimiento evangélico debe contar con el hecho de la cruz como una consecuencia más de la opción tomada. El misterioso Siervo sufri·ente <le Isaías (Is 42, lss) tomó car.ne en Jesús. Las palabras que el Padre le dirigió en el momento en que era bautizado por Juan, «Tú eres mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto» (Me 1, 11), configuran la •vocación de Jesús como tarea y misión del «siervo sufriente», solidari– zándose con los miserables y pecadores, con todos los ma.Ivados de la tierra, para sufrir por ellos y en lugar de ellos (Is 53, 12). Pero el Padre, al resucitar a Jesús, nos mostró que ,el mal, causante de sufrimientos y de muerte, no es lo más poderoso ni lo definitivo, ya que más allá de todo eso está Él con su voluntad amorosa de hacer del hombre su propia gloria. En el caminar evangélico ,de Francisco, como en el de todo creyente que se decida a seguir a Jesús hasta el fin, está el encuentro doloroso con la cruz. Llamado por el Señor a seguir sus huellas, no se acobardará al encontrarlas teñidas de sangre. Su tarea de realizador de un grupo evangélico, la Fraternidad, lo condujo a momentos de oscuridad en los que no percibía, a no ser en la contradicción, que se estuviera realizando el plan :de' Dios sobre ese grupo. La identificación en sus últimos años, enfermo y fracasado, con el Siervo sufriente le permitió comprender en su propia carne lo que es y significa la cruz para el cristiano. La apari– ción de las llagas es un signo de su firme voluntad de seguir has-ta el final, hasta la cruz, al Jesús del Evangelio. Sin embargo, él estaba persuadido de que la cruz no era lo último ni lo definitivo. En Jesús estamos llamados todos a pasar a la nueva vida, en la que el hombre tenga ya pleno sentido por estar junto a Dios. Por eso, el sufrimiento y la cruz no son para Francisco hechos deshumani– zadores, capaces de destrozarle. Precisamente en el momento más oscuro

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