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LA VIDA DEL EVANGELIO 47 La sede,ntarización de la Fraternidad al integrarse en el cuadro pas– tora.J ,de la Iglesia, hará que este texto resulte molesto para la nueva con– figuración de la Orden; de ahí que prácticament,e desaparezca de la Regla bu.lada. Para Francisco, sin embargo, seguirá siendo fundamental porque marcaba el inicio de su vocación evangélica y la matriz donde se fraguó la primitiva Fraternidad. En el Testamento tratará de recordar estos orí– genes misioneros como una llamada a tener en cuenta para que los her– manos no olviden las propias raíces. Pero la Orden se miraba ya en otros t,cxtos que justificaran las nuevas estructuras adoptadas. e) Las BienaventuranZ;as Los textos de misión son ciertamente configuradores del movimiento franciscano. Pero existe más allá de ellos un sustrato que explica su talante y su conducta, y que no ·es otro más que el espíritu de las bien– aventuranzas. Las Admoniciones son un ejemplo, detallado y sutil, de este espíritu que resulta incomprensible para el que no lo vi\"e desde dentro. Las bienaventuranzas resultan escandalosas porque describen al hombre nuevo que nos ofrece Jesús completamente enfrentado con el proyecto de hombre que nosotros nos hemos forjado; de ahí que aceptar la confrontación, tomando como árbitro 'Cl texto de las bienaventuranzas, ponga a prueba nuestra calidad de fe. A través de las Admoniciones, sobre todo las que comienzan con el término «dichoso» y que algunos autores han calificado de « bienaven– turanzas franciscanas», se va dibujando el verdadero perfil del seguidor de Jesús. El que es capaz de tomar estas actitudes está ya en el camino nuevo que Jesús anuncia como querido por Dios; de ahí que sea ya dichoso porque está viviendo la realidad que sólo .la utopía nos puede proporcionar. En ·este sentido, son dichosos los que tratan ,de mantener un corazón transparente, ,de modo que puedan relativizar lo terreno y buscar a Dios por encima de todo para adorarle y contemplanle (Adm 16, 1-2). El Evan– gelio es el lugar donde se nos manifiestan las palabras y las obras dd Señor, para que las practiquemos y arrastremos a los demás a des– cubrirlas con alegría (Adm 20, 1-2). Al leer el Evangelio con una mirada transparente, descubrimos que la 'Pobreza va más allá del no tener cosas, hasta anidar en el fondo mismo de nuestra persona (Adm 14, 1-4). Si nos reconocernos pobres, deberemos referirlo todo al Señor (Adm 18, 2), sin retener para nosotros nada de nosotros mismos (Adm 11, 4). Sólo así -seremos capaces de discernir el obrar de Dios a través de nosotros, sin apropiárnoslo (Adm 12, 1-3), agradeciendo igualmente lo que el Señor

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