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3'6 J. MICÓ descanso para vuestras almas» (Mt 11, 29). Su proyecto evangélico se concreta en la prohibición de hacer juramentos, la restitución de las ganancias injustas o por usura, entregar las décimas al clero, hacer limosnas a los pobres, guardar la castidad matrimonial, ayunar en los días señalados, vestir con sencillez de acuerdo a su estado, rezar por los vivos y difuntos, y reunirse todos los domingos para escuchar la Palabra de Dios y las exnortaciones de algún hermano más preparado para que lo:; anime a corregir las costumbres y a hacer obras de misericordia, sin entrar en los temas de la fe y los sacramentos. Haciendo una sínt·esis del movimiento evangélico en la espiritualidad anterior a san Francisco podemos descubrir una línea común a todos los estados de la Iglesia que consiste en un acercamiento al Jesús pobre y humilde <le los Evangelios, desde una situación de desarraigo o desde otra más estable a ejemplo de la comunidad de Jerusalén, y en la acogida de la Palabra como regla normante de vida, no sólo para el propio cami– nar en la fe, sino también como oferta a los demás en forma de predi– cación. Pobreza y Palabra serán, pues, los elementos configurantcs del evange– lismo que gest-6 la conversión y el itinerario espiritual de Francisco, convirtiéndolo en ·el máximo representante de este movimie-nto eclesial. II. EL EVANGELISMO DE FRANCISCO Para hacernos una idea de lo que supuso el Evangelio para Francisco, es fundamental conocer la importancia que tenía la Biblia para la socie– dad medieval. La Biblia era el libro que contenía todo el saber, no sólo el teológico, si,no incluso el científico; de ahí que fuera el texto base de toda la enseñanza, tanto en las universidades como en las escuelas, donde se utilizaba para aprender a leer y escribir. En ella se esconde toda la realidad y todas las respuestas a las preguntas que el hombre pueda hacerse. De ello le viene ese halo de misterio con que se la envuelve por tratarse del saber y de la voluntad de Dios hecha libro, provocando un sentido de reverencia a la vez científico y religioso, sobre todo para los laicos, a los que les resultaba inaccesible. Francisco era un laico; por tanto, se levantaba ante él una doble barrera que lo separaba de las Escrituras: la del libro y la de la lengua. Aunque la Iglesia medieval no prohibió nunra de for.ma magisterial el leer la Escritura, sin embargo sí que hubo restricciones en el uso de la

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