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34 J. MICÓ gan sus personas y sus bienes ·en favor de los «santos», es decir, de los religiosos, clérigos, pobres, enfermos, peregrinos, etc. Se trata, en definitiva, de abrir a todos la posibilidad del seguimiento evangélico, «pues ni los casados, ni los ricos, ni los jueces, ni los caba– lleros, ni los militares pueden carecer de normas si verdaderamente quie– ren aprender las ,enseñanzas de Cristo, pues todo orden e, incluso, toda profesión encuentra en la fe católica y en la doctrina de los Apóstoles una regla adecuada a su profesión. Por lo tanto, aprenda el soldado, aprenda el ald'Cano, aprenda todo cristiano la fe transmitida por los Após– toles, es decir, aprendan la regla de vida que los Apóstoles han dado a su profesión y a su condición». Este acercamiento de la perfección evangélica a todos los estados es también defendida por Jacobo de Vitry (t 1240) al afirmar que «son regu– lares no solamente los que renuncian al mundo y entran en religión, sino también todos los fieles cristianos que sirven al Señor bajo la regla evan– gélica y viven en consecuencia ,bajo ,el único y supremo Abad». Los grupos de «beguinas» que se formaron sobre todo en Bélgica y que de Vitry pro– tegió y favoreció, son un ejemplo de estas comunidades laicalcs empeñadas en un verdadero seguimiento del Jesús evangélico. Lo mismo cabría decir de las fraternidades de penitentes que, desde sus casas, llevaban una vida de compromiso con el Evangelio; desde la pobreza y la plegaria daban testimonio de haber tomado con seriedad las exigencias de la propia fe. Pero son los movimientos pauperísticos, heréticos o no, los que con mayor fuerza optaron por la vivencia radical del Evangelio. En un informe enviado a san Bernardo por el preboste de la comunidad premostratense de Steinfeld (Colonia) sobre la conducta de un grupo de cátaros, ,s·e afir– ma: «Dicen que s<'>lo ellos forman la Iglesia, porque sólo ellos siguen las huellas de Cristo y son los verdaderos seguidores de la vida apostólica, no buscando las cosas de este mundo, no poseyendo ni casas, ni campos ni dinero, a ejemplo de Cristo que no tuvo posesiones ni las concedió a los Apóstoles. Vosotros, sin embargo -nos dicen-, amontonáis casa sobre casa y campo sobre campo, y buscáis las cosas de este mundo. Nosotros, sin embargo, pobres de Cristo, inestables, fugitivos de ciuda,d en ciudad, sufrimos persecución con los Apóstoles y los mártires, como ovejas en medio de lobos; no obstante, nosotros llevamos una vida santa y muy pobre con ayunos y abstinencias, perseverando día y noche en la oración y en la fatiga, y pidiendo a los demás solamente las cosas necesarias para la vida.» El origen de los Valdenses está relacionado también con el evange– lismo. Al convertirse P.edro Valdo y preguntar a un maestro de teología sobre el camino mejor y más seguro para conseguir la salvadón, éste

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