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LA VIDA DEL EVANGELIO 33 El cronista Hernoldo de Constanza (t 1100) dibuja los trazos más carac– terísticos de este fenómeno ascético del siglo XI que tomó forma en dife– rentes modelos asociativos de laicos. En aquellos años la vida común flo– reció en muchas regiones, no sólo entre los clérigos y los monjes que vivían en común con una gran religiosidad, sino también entre los laicos, los cual'es comprometían con mucha devodón sus personas y sus bienes en una misma vida común. Aunque por el modo de vestir no figuren ni como clérigos ni como monjes, no son considerados inferiores a ellos en cuanto al mérito. Pues, renunciando al mundo, entregaron por devoción sus personas y sus bienes a las comunidades de clérigos y monjes de vida regular, felices de vivir en comunidad bajo su obediencia y de prestarles servicio. Y no eran solamente los hombres, sino también las mujeres qui'enes formaban esta multitud sin número que se dedicaba a semejante modo de vida. Incluso en las mismas aldeas, numerosas hijas de aldeanos renunciaban a,l matrimonio y al mundo poniéndose bajo la obediencia de algún sacerdote. Ni siquiera los mismos casados encontraron impedimento para vivir como religiosos y obedecerles con mucha docilidad. Semejante compromiso estuvo floreciente sobre todo en Alemania, donde aldeas enteras se entregaron a tal religiosidad, compitiendo sin tregua en la emulación de la santidad de vida. Gerhoh de Rcichersberg describe las distintas categorías de «conver– sos» o «penitentes» voluntarios que formaban este movimiento de espiri– tualidad laical. « En primer lugar están los que se asocian a las comuni– dades regulares de monj,es o canónigos, pudiendo entrar no solamente los inocentes sino también los penitentes. Después •están los que, permane– ciendo en sus propias casas, imitan, si no a los compañeros, al menos a los seguidores de los Apóstoles; si no a los Apóstoles, al menos a sus discípulos. Permaneciendo en casa siguen un camino más seguro que si la abandonasen para ser unos ma,los "conversos", ya que, si por atender a los pobres llegaran a la pobreza absoluta, quiere decir que están en el camino de la verdadera vida apostólica; sobre todo si, procurándose el sustento con las propias manos, atendiesen a los enfermos y a los que no pueden trabajar. Por último están los casados que, permaneciendo entre ellos el vínculo matrimonial, deciden abstenerse de toda relación sexual por el reino de los cielos; también ellos pueden aspirar al seguimiento de Cristo desde su propio estado.» La práctica comunitaria hace partícipe a cada uno de la perfección apostólica. El que no puede dejarlo todo y seguir desnudo al Cristo des– nudo, acoge la regla de los discípulos de los Apóstoles, que éstos mismos compusieron para que se pudiese seguir una vida media: la de aquellos que, siendo inferiores a los Apóstoles pero superiores a los casados, entre-

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