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LA VIDA DEL EVANGELIO 31 Abelardo y Eloísa aplicaron igualmente a su concepción monástica un evangelismo centrado en el cumplimiento de los votos. En su intercambio epistolar aportan distintas ideas sobre el talante evangélico que debe tener la nueva Regla del monasterio del «Paráclito», del que Eloísa era abadesa. En una de sus cartas a Abelardo le expone su deseo de llegar a observar el Evangelio en su plenitud, «de modo que no pretenda ser más que cristiana, pues los Padres decidieron no imponernos más Regla que el Evangelio, sin ningún tipo de sobrecarga por razón de la multitud de votos». Abelardo le respondió a este su deseo de fundamentar la vida en el Evangelio, por medio de un tratado ascético en el que basa la vida mo– nástica fomenina en tres virtudes principales: la continencia, la pobreza y el silencio, las cuales responden a los preceptos dados por el Señor de tener ceñidos los lomos (Le 12, 35), renunciar a todas las cosas (Le 14, 33) y evitar toda palabra ociosa (Mt 12, 36). «La pobreza incluye el des– apego a la propia voluntad, de modo que, habiéndolo abandonado todo, sigamos desnudos a Cristo desnudo, como hicieron los Apóstoles. Por amor de Dios no sólo debemos abandonar los bienes y afectos terrenos, sino posponer nuestra voluntad a la suya, sometiéndonos al querer de nuestro superior espiritual, y confiarnos por Cristo, y como si fuese Cristo, al que hace para nosotros las veces de Cristo.» bJ Evangelismo clerical La reforma del clero que comienza en el siglo XI no nace de la volun– tad de los propios sacerdotes de llevar una vida más acorde con el Evan– gelio, sino de la decisión, sobre todo del papa Gregario VII, de solucionar definitivamente el problema de la intervención de los señores laicos en el nombramiento del clero con las consecuencias lógicas de simonía y concubinato. La pretensión del Papa era servirse de los mismos señores laicos y del alto clero para llevar a cabo la reforma; pero, en las regiones donde estaba fuertemente implantado el sistema feudal, se negaron sistemáticamente a favorecer tal reforma debido a sus intereses personales, mientras que, en las regiones de talante más democrático, sí fue posible la mejora espi– ritual en la vida del clero al no existir tanta resistencia. Una vez recupe– rada, en parte, la autoridad eclesiástica para el nombramiento del clero, la lucha se centrry primeramente en conseguir que los sacerdotes vivieran su celibato, para después exigirles una vida más pobre. El clero no ha tenido nunca un modelo espiritual definido, por lo que, al hablar de perfección, siempre se le ha encaminado hacia el monástico. La propuesta de reforma del clero para solucionar el problema del con– cubinato y la riqueza, tuvo como solución reunir a los sacerdotes de una

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