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30 J. MICÓ de los cartujos se completa con la predicación silenciosa. Dedicados a la copia de manuscritos, justificarán este apostolado de una forma lapi– daria: «Puesto que no predicamos la Palabra de Dios con la boca, lo hace– mos con las manos.» La abadía de Grandmont, fundada por los seguidores de san Esteban (t 1124) poco tiempo después de que éste muriera, también basa su vida en la práctica evangélica. En el Prólogo de la Regla, que redactaron a partir de la consolidación de sus costumbres,. se dice que «si bien es ver– dad que la variedad de itinerarios espirituales ha quedado descrita por algunos Padres, de modo que se habla de la Regla de S. Basilio, S. Agustín o S. Benito, sin embargo, ninguna de ellas es el origen de esa religión, sino las que la conservan y propagan; no son la raíz, sino las hojas. Por el contrario, en cuanto a la fe y a la salvación una sola es la primera y principal regla de las reglas de la que, como riachuelos de una sola fuente, provienen todas las otras: el santo Evangelio que el Salvador transmitió a los Apóstoles y ellos difundieron fielmente por todo el mundo». «Los consejos que el Señor da en el Evangelio son libres y voluntarios; pero una vez hechos los votos, estos consejos se convierten en ley y deber. Por eso, unidos como sarmientos a la vid, que es Cristo, procurad observar los preceptos de su Evangelio en cuanto su gracia os permita, de modo que si os preguntan de qué profesión o de qué Regla o de qué Orden sois, no os avergoncéis de identificaros como seguidores de lá primera y prin– cipal Regla de la religión cristiana, es decir, del Evangelio, que es la fuente y el principio de todas las reglas.» Los ermitaños de Grandmont, a quienes se les llamaba los «pobres de Cristo», concretizaron en la renuncia su seguimiento evangélico. En la Regla se apunta que uno de los principa1'es objetivos de los hermanos debe ser el «renunciar a las iglesias, con todas sus pertenencias, y a los honores mundanos, a los campos, a las bestias, a las décimas y rentas estables, a los mercados, a las ferias, a las visitas de los parientes, a !os procesos jurídicos tanto en favor propio como de otros, a pedir limosna, a hacer provisiones aunque sea para un solo día, a todas aquellas otras cosas a las que hemos renunciado por amor de Dios; por e1 contrario, deberemos perseverar hasta el fin en el eremitorio como muertos y recha– zados por el mundo». También el eremita Norberto de Xant (t 1134), fundador de los Pre– mostratenses, tuvo que responder a las acusaciones que se le hacían sobre su talante de predicador popular. Se defendió alegando que su forma de vida estaba inspirada directamente en el Evangelio, por lo que no se Je podía reprochar nada.

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