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FRANCISCO, TESTIGO DE DIOS 175 II. EL DIOS TRASCENDENTE Al hablar de] Dios de Francisco, resulta un poco artificioso hacer esta división de trascendencia e inmanencia, puesto que él nunca lo nombra así y, por consiguiente, tampoco lo debió de experimentar así. Cierta– mente la inaccesibilidad de lo divino forma parte de su experiencia: Dios está más allá de todas las posibilidades ofrecidas al hombre, pues habita en una luz inaccesible a nuestra percepción (Adm 1, 5), y su morada se hace inexpugnable para lo humano. La trascendencia de Dios, sin embargo, no significa aislamiento. El Dios de Francisco es un Dios ocupado y preocupado por el hombre, que, acercándose a éste desde Su diversidad, desde Su ser absolutamente Otro, le invita a romper su cerco de egoísmo para que pueda abrirse en libertad trascendiéndose a sí mismo. Por eso podríamos describirlo como un ser bipolar que es Altísimo y a la vez Padre, Hijo y al mismo hempo Eterno. En El no se percibe ninguna separación entre esas dos dimensiones; pero nosotros, al sentirnos limitados para expresarlo de una forma global, tenemos que recurrir a esta división metodológica, aun siendo com,cientes de su artificialidad. 1 EL DIOS DE MAJESTAD El mundo del románico es un tiempo dominado por la Majestad. La figura divina más familiar es la del Todopoderoso sentado en su trono de juez y rodeado de sus vasallos; con la peculiaridad de que la asam– blea que le rodea no son los Apóstoles, sino los Ancianos de las visiones del Apocalipsis y los Arcángeles del ejército celeste. Esta figura mayes– tática se hace extensible también a Cristo, quien aparece igualmente como juez presidiendo pórticos, tímpanos y entradas principales. Sin embargo, esta representación mayestática de Dios no duró mucho. Poco a poco se fue abriendo camino la idea de que ese Dios terrible, sentado en medio de una asamblea de jueces y que manifestaba su cólera enviando sobre la tierra hambre, guerras o peste, se ha hecho hombre en Jesús, y no precisamente en un Jesús apocalíptico, sino en el de los evangelios y, más en concreto, el de los sinópticos. El gótico no celebra ya el Dios distante y terrible, sino el Dios encarnado, el Hijo del hom– bre, en cuyo rostro aparecen los rasgos de la propia humanidad. A pesar de esta humanización de Dios que se nos muestra a través de Cristo, todavía perdura en Francisco la imagen majestuosa del Señor, juez de vivos y muertos, que premia y castiga de acuerdo con las obras

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