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17i J. MICÓ 15, 5), estaba regida por un clérigo que, tomando como texto base el salterio, enseñaba a leer y escribir el latín, además, como es de suponer, d:~ lós fundamentos de la fe y la vida cristiana. Este aprendizaje memo– rístico de los salmos fue fundamental a la hora de fraguarse la imagen de Diós en la cabeza y en el corazón del pequeño Francisco. El Oficio de la Pasión ·es una muestra de la huella que dejó la memorización escolar de los salmos La liturgia asisana introdujo también a Francisco en el misterioso mundo de Jo sagrado, mundo en el que la imagen de Dios s·e debió de ir concretando y dibujando a medida que penetraba en el simbolismo de los gestos y las palabras, ayudado por la predicación de los sacerdotes, presumiblemente con un nivel catequético aceptable por cuanto que el obispo Rufino, predecesor de Guido, fue uno de los primeros glosadores y enseñantes del Decreto de Graciano. A esta simbología dinámica, que era la liturgia, habría que añadir la simbología estática de las artes plásticas. La Edad Media, como nos dice Mate, concibió el arte como una pedagogía. Todo aquello cuyo cono– cimiento le resultaba útil al hombre: la historia del mundo desde su creación, tos dogmas de la religión, los ejemplos de los santos, la jerar– quía de las. virtudes, se lo enseñaban las vidrieras de las iglesias y las estatuas de las portadas. La catedral podría ser considerada como una especie de «Biblia de los pobres». Los sencillos, los ignorantes, todos ·aquellos a los que se llamaba «el pueblo santo de Dios», aprendían con los ojos casi todo cuanto sabían por la fe. Esas grandes figw-as místicas parecían dar testimonio de la verdad de cuanto enseñaba la Iglesia. Es.is innumerable'> estatuas, dispuestas según un sabio plan, eran como una imagen del orden maravilloso que los teólogos hacían reinar en el mundo de las ideas; por medio del arte, las concepciones más importantes de la teología llegaban c..onfusamente hasta las inteligencias más humildes. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que l·a religiosidad popular me– dieval alimentaba su fe no sólo de puros y abstractos dogmas, sino tam– bién de leyendas y narraciones piadosas. Esto se explica porque sus raíces se hunden en un.t especie de estratificación cultural y religiosa. La reli– giosiclad medievaJ es fruto de cuatro capas o estratos: la indígena o «pri– mitiva», la romana, la judeocristiana y la germánico-celta. En Asís podemos percibirlo a través de sus monumentos ·arquitectó– nicos y literarios. El templo de Minerva y el museo romano nos recuer– dan la época romana, con la que enlazan las «Leyendas de los Mártires» -escritas en el siglo XI-, en las que se nos narra la predicación cris– tiana de los primeros obispos, Rufino, Victorino y Savino en la pagana Asís. En el archivo de la Catedral existe una copiosa documentación
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