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FRANCíSéO, TESTIGO DE DIÓS 171 Por otra parte, como ya hemos dicho, Francisco no era teólogo, sino un místico que carecía del lenguaje adecuado para expresar su expe– riencia, y que recurría a la terminología litúrgica para manifestar, casi siempre en forma laudatoria, la resonancia que producía en su interior la presencia desbordante de Dios; una terminología que, por ser comuni– taria e impersonal, vela, más que revela, los contenidos existenciales. Por tanto, para aproximarnos a los «significados» que esconden esos atributos de Dios que aparecen en sus Escritos y que constituyen la única expresión escrita de su experiencia -con la dificultad añadida de que solía utilizar secretarios-, no hay otro camino que tratar de recomponer la matriz sociocultural y religiosa que le permitió hacerse esa imagen de Dios y no otra, ya que toda experiencia mística, por lo menos entre lo¡;; occidentales, está condicionada por la imagen que se tiene de Dios, de modo qne uno entrega su corazón al Dios imaginado. 3. EL DIOS IMAGINADO POR FRANCISCO Al hablar del Dios imaginado por Francisco, no nos referimos a ese ser fantasmagórico, producto de la imaginación, que no tiene nada que ver con la realidad. Se trata, más bien, de preguntarnos qué idea tenía Francisco de Dios, o, de un modo más directo, qué era Dios para Fran– cisco y cómo se lo representaba. Francisco, aun después de haberse convertido en «hombre de Iglesia», no tuvo ningún tipo de formación teológica; por tanto, hay que descartar la influencia, al menos de forma directa, de tales corrientes de pensa– miento en la estructuración de su imagen sobre Dios. La formación espi– ritual que recibió fue, pues, la de un laico normal de su tiempo; forma– ción que, dado el contexto ambiental, se respiraba y se adquiría como por ósmosis. De tener que concretar los elementos que contribuyeron, de una forma directa, a que Francisco condensara en una espiritualidad popular su vivencia e imagen de Dios, habría que pensar en la familia, la escuela, la liturgia y el arte. Aunque no hay datos que avalen la formación religiosa del niño Fran– cisco en el seno familiar, puesto que la descripción que nos hace Celano es pura artificialidarl literaria al ofrecernos en la Vida I un cuadro familrar en el que se da una pésima educación, mientras que en la Vida 11 su madre se convierte en un dechado de virtudes comparable con santa Isabel (1 Cel 1; 2 Ce] 3), es presumible la transmisión de los valores reli– giosos más comunes que formaban parte del patrimonio cultural. La escuela parroquial de S. Jorge, a la que asistió Francisco (LM

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