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188 J. MICÓ 4). Este acto de humillación lo percibe Francisco continuado en el tiempo cuando diariamente viene el Señor desde el seno del Padre hasta nos– otros en la humilde apariencia del pan y del vino (Adm 1, 16-18). El hecho de 1a Encarnación convierte a Cristo en el Camino por donde nos llega la bondad salvadora de Dios y por donde nosotros tenemos que caminar, siguiendo sus huellas, hacia el encuentro con el Padre (Adm 1, 1). Cristo es el Hijo amado por quien el Padre nos muestra su amor y de quien recibe de forma adecuada ese mismo amor (1 R 23, 5); por tanto, es el centro de una doble mediación: del Padre a nosotros y de nosotros al Padre. Esta actitud de intercesión aparece de una forma clara en el Oficio de la Pasión, en el que la voz de Francisco deja paso a la de Cristo para que s-e dirija a su Padre; imagen de Jesús orante que Francisco toma del Evangelio de Juan y en la que aparece la confianza absoluta del Hijo, a pesar de su oscuridad y su angustia, en la voluntad de su Padre (OfP 1-5). Este Hijo amado del Padre es, a la vez, el Hermano (2CtaF 56) que conoce nuestras debilidades porque las ha sufrido en su propia ca'rne; de este modo, además de ser Juez es también el Intercesor (CtaF 56), el Pastor y el Guardián que nos cuida y defiende (1 R 22, 32). Dios se acerca a nosotros por medio de su Hijo; el que es Señor del universo se hace esclavo y Servidor, imagen muy querida de Francisco, que no la toma del himno kenótico de Pablo (Flp 2), sino del relato del lava– torio de los pies que trae Juan (Jn 13). Jesús es el Siervo que, además de estar al servicio de los otros (Adm 4), se ofrece por ellos, como Siervo sufriente, a través de algo tan oscuro y aparentemente ineficaz como es el dolor (OfP 7, 8s). La imagen 'del Siervo es historizada por Francisco hasta -el extremo de convertir a Cristo en Mendicante y Peregrino (1 R 9, 5), figuras de la religiosidad popular que no aparecen en los sinópticos. Pero el Siervo llega a lo más pro– fundo de su humillación al ser considerado como Gusano, imagen que no sólo aplica a Cristo, sino también al hombre en pecado, aunque en distinto sentido (2CtaF 46). Cristo, además de Pastor, es visto también como Cordero {CtaO 19); im1:igen comprensible por estar muy difundida por la liturgia y el romá– nico. Baste recordar el «Agnus Dei» de la misa y la decoración del «culto ante el cordero» del Beato de Liébana. Un Cordero apocal1ptico que manifiesta la gloria y el sufrimiento, y que para Francisco representa tanto al Srervo sufriente como al Señor exaltado (AlHor 3). Un Siervo que no se reduce a mero recuerdo, sino que expresa toda su actualidad cuando sigue humillándose, como se ha mencionado antes, en el sacra– n;rento de la Eucaristía; misterio que hace exclamar a Francisco: « ¡Oh

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