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184 .T. MICÓ La invocación de Dios como Trinidad es común a la religiosidad me– dieval, y se manifiesta en todos sus aspectos, aunque no llegue a la hon– dura teológica de los pensadores. La Trinidad, como fundamento de la fe, llena toda la vida de la Iglesia hasta derramarse incluso en las costum– bres de la sociedad. Prueba de ello es su utilización en los documentos burocráticos, tanto religiosos como civiles, y en ciertas prácticas socia– les (1 R Pról l; TC 29). Francisco asumió este ambiente trinitario, con– firiéndole una gTan profundidad, hasta el punto de convertirse en el eje de su vida. Creer, anunciar y adorar a Dios como Trinidad serán para él las formas esenciales de responder en fe a la propuesta amorosa de salvación. Creer en el Dios trinitario es más que entender el complicado sistema de esencias y relaciones que los teólogos han elaborado a partir de las definiciones de lrt Iglesia, y que el Concilio IV de Letrán define así: «Creemos firmemente y afirmamos simplemente que hay un solo Dios verdadero, eterno e inmenso_. todopoderoso, inmutable, incomprensible e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: tres personas pero una sola esencia, una substancia o naturaleza absolutamente simple; el Padre no procede de nadie, el Hijo procede sólo del Padre y el Espíritu Santo procede igualmentt" del uno y del otro. Sin principio y siempre sin fin, el Padre engendra, el Hijo nace y el Espíritu Santo procede. Son con– substandales, coiguales, igualmente omnipotentes y coeternos.» La fe de Francisco, sin rechazar nada de cuanto dice la Iglesia, tiene un sustrato popular que la distingue de todas esas elocubraciones, pero que, al mismo tiempo, le hace intuir su dimensión práctica. A la Trini– dad la conocemos por sus actuaciones en favor nuestro; por tanto, la aceptación de este Misterio, más allá de la aceptación conceptual de la fe, se debe tradu~ir en actitudes que lo hagan presente y operante. Una de estas actitudes es la de anunciar al Dios trinitario como fuente de la que brota nuestra salvación (1 R 21, 2). La actividad constante de Francisco está marcada por el afán de comunicar a todos los hombres, fieles e infieles, lo que para él constituía el núcleo de su fe: la acción salvadora del Dios Trinidad (1 R 16, 7). Junto a esa necesidad de anunciarle, Francisco experimenta la de ala– bar y bendecir, dar gracias y adorar al Señor Dios omnipotente en Tri– nidad y Unidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo (1 R 21, 2; 23, 10). Es una reacción lógica cuando se ha experimentado que la gracia de la salvación brota de sus manos siempre que se los acoja con agradecimiento para hospedarlos en nuestra persona como su habitación y morada (1 R 22, 27). La comunidad trinitaria tiene, pues, para Francisco una dimensión'
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