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180 J. MICÓ sible, ahora lo va a ser también descubrir exclusivamente al Dios cer– cano: el motivo es que Francisco vivía la divinidad en realidad total. A partir del sueño de Espoleto, el que había irrumpido en la vida de Francisco ya no era ese Dios sociológico que apenas cuenta a la hora de hacer verdaderas opciones. El Dios vivo y verdadero le había· seducido de tal modo que le resultaba ya imposible prescindir de Él. Acorralado por su presencia, necesitaba sumergirse en su inmensidad para sentir la Vida y sentirse vivo (1 Cel 6; TC 8). Si antes lo había mezclado cort los ídolos que la sociedad le ofrecía, ahora era el Dios verdadero quien justificaba y daba sentido a su vida. Indudablemente la expresión «Dios vivo y verdadero» tenía en Fran– cisco una intencionalidad ·anticátara; pero, además de ser una afirma– ción de la ortodoxia, expresaba su percepción del Dios viviente que es capn de abrirnos hacia el futuro. El encuentro con el Dios vivo le hizo descubrir la vida, no ya desde su propia experiencia de muerte existen– cial, ,sino desde el que vive verdaderamente y por eso lo hace vivir todo. l. EL DIOS AMOR Decir que Dios es amor es decir que Dios ama. Por amor salió de sí mismo creándonos, enviando a su Hijo y redimiéndonos (1 R 23, 3), y ese mismo Amor nos sigue acompañando en nuestro camino hacia Él (Test l. 4. 6. 14) La experiencia de que estamos constituidos en el amor y de que, más allá de todas las cosas, hay un Dios que nos ama, cons– tituyó el fundamento de todo el proceso espiritual de Francisco. Por eso no duda en alentar a los hermanos para que no se cierren en •su egoísmo, y puedan ser recibidos totalmente por Aquel que se entregó del todo (CtaO 29)" Ante ese amor absoluto y desinteresado, su respuesta no podía ser otra más que bregar tenazmente por quitar todo impedimento que obstaculizara esta devolución de amor (1 R 22, 26; 23, 8); amor que se sab~ limitado y que necesita de la compañía del Hijo y del Espíritu para que Ja respuesta sea adecuada (1 R 23, 5). Francisco sabe que el amor le funda como persona y que sólo en la actuación de ese amor puede alcanzar su plenitud. De ahí que trate de asegurar lo fundamental de su ser creyente: el amor a Dios y a los hom– bre~ a quienes Dios ama. Pero responddr adecuadamente al amor de Dios sólo puede hacerlo Él mismo. Ante esta necesidad e impotencia a la vez, Frnncisco, implorando la mediación del Hijo y del Espíritu (1 R 23, 5), invit'drá encarecidamente a todos los hermanos a amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda

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