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FRANCISCO, TESTIGO DE DIOS 179 de lo Trascendl?nle. Por encima de todo, Dios es Bueno; más aún, el único Bueno, el solo Bueno (1 R 23, 9). Desde la pequeña atalaya en que se le permite contemplar al Dios Bueno, Francisco queda desbordado y radical– mente incapacitario para comprenderlo en toda su hondura. Siguiendo a los Santos Padres, Francisco utiliza su mismo lenguaje para balbucir lo que para él es la fuente de la que mana todo el bien (ParPN 2). Su contemplación de la bondad divina le abre mil ojos nuevos para captar con mayor sensibilidad todo lo bueno que Dios nos ha ofre– cido. Comenzar1do por Él mismo y terminando por nuestras propias cua– lidades, todo es bueno y fruto de su bondad entregada (1 R 17, 5s; 23, l. 8). Por tanto, la maldad radical que habita en nosotros es la que nos ciega, impidiéndonos ver y hacer cualquier bien (1 R 22, 6); más aún, e~ la que se apropia esos bienes, desviándolos de su origen para r•emi– tirlos de fo¡·ma exclusiva a su propia persona (Adm 2, 3). Este «robo» de la bondad divina, al constituirse ésta ·en origen y término de todo bien, rompe la armonía del proyecto que Dios tiene sobre el hombre. Todos los bienes que Dios siembra en la historia se convierten en arma para los demás cuando el hombre se los apropia en exclusiva impidiendo el dis– frute colectivo (Adm 5, 5-7). Este pecado radical de pretender convertirse en principio de todo bien, negándose a devolverlo a su señor y dueño, es para Francisco una blasfemia contra l'a bondad fontal de Dios (Adm 8, 3). La contemplación de Dios, bueno ,en sí y en las cosas, lleva a Fran– cisco a devolver en alabanza todo bien percibido, aun permaneciendo lúcidamente consciente de su incapacidad para hacerlo como conviene (2CtaF 61s). La visión que tiene Francisco de Dios como Bien no se agota, aun siendo importante, en la pura alabanza. La imagen de la divinidad es ejemplar; por tanto, la respuesta más coherente a la actividad bondadosa de Dios es hacerla eficaz dentro de nuestras posibilidades. La experiencia del Dios Bueno nos debe llevar a hacer el bien (1 R 17, 19), aunque no seamos capaces de realizarlo como fruto del amor (2CtaF 27). Sólo si aceptamos el devolvérselo con la alabanza y la praxis, habremos llegado a comprender nuestra pobreza radical (Adm 7, 4). III. EL DIOS CERCANO Al hablar sobre la trascendencia de Dios en Francisco, ya hemos alu– dido a Ja artificialidad que supone desgajarla de su contenido inmanente o cercano. Si antes h<l sido imposible describir solamente al Dios inacce-

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