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178 J. MICÓ santa Iglesia (CtaO 30) para que todos podamos participar de su santidad y salvarnos (2CtaF 34). La presencia de la santidad de Dios no es por tanto p·ara Francisco una realidad aterrndora. Si acaso será terrible para aquellos que no hayan hecho penitencia y tengan que afrontar lo decisivo del juicio (2CtaF 82. 85). Por eso se ·entiende que Francisco, a pesar de que la gloria y la magnificencia divina le devuelvan como un espejo la propia imagen de hombre pecador (1 R 23, 8), no desista del intento de salvar el tremendo abismo que lo separa de Dios Santo, implorando al Hijo y al Espíritu que vengan en ayuda de su indignidad pecadora para que le alaben como El se merece (i R 23, 5) y así, unido a los cuatro vivientes que día y noche cantan sin pausa: «Santo, Santo, Santo, Señor Dios omnipotente, el que es y el que era y el que ha de venir» (AlHor 1), poder glorificar la santidad de Dios (2CtaF 4; 54; 62). A pesar d<;> sentirse pecador frente a Aquel que es el único Santo, Francisco es capaz de aguantar su mirada, porque sabe que la santidad divina no es autosuficiente y excluyente, sino santificadora y sanante, ya que la ha experimentado en su debilidad humana sintiéndose acogido y vivificado La presencia del Dios Santo en medio de la humanidad pecadora no mengua ni difumina su Trascendencia por el hecho de comunicarse hacién– donos santos, ya que el protagonismo y la iniciativa siguen siendo sólo suyos. Es decir, que la santidad divina no se confunde con la humana. Dios es Santo porque santifica, y el hombre porque es santificado. Desde esta experiencia de gratuidad, Francisco, aunque no sea digno de nom– brarle (Cánt 2), cantará sin descanso al Dios Santo por habernos acogido en el ámbito de su propia santidad (AlHor 1). 3. EL DIOS BUENO Esta fe en la bondad radical de todas las cosas viene condicionada en Francisco por su voluntad de «sentir con la Iglesia». Uno de los proble– mas que afectaba a la cristiandad era la herejía, sobre todo la cátara, cuya doctrina aseguraba que el mundo visible era malo porque escapaba a la fuerza creadora del Dios Bueno. De ·ahí que Francisco insista tanto no sólo en la bondad de las cosas (Cánt), sino en su origen fontal, el Dios Bueno que las ha creado. Por eso hay que reconocer con gratitud que todos los bienes son suyos, ya que todo bien de Él procede (1 R 17, 17s). La bondad, como atributo de Dios, cualifica la santidad majestuosa

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