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FRANCISCO, TESTIGO DE DIOS 177 propio camino espiritual, no puede menos que abrirse en alabanza, la única forma coherente de confesar la omnipotencia divina (1 R 23, 1-4; AID 1). Los términos Rey y Emperador, aunque conlleven cierto matiz político– religioso conm justificadores de poder, mantienen el significado trascen– dente del lenguaje litúrgico del que proceden, en concreto de los Salmos. Dios es Rev porque reina desde siempre en el cielo y en la tierra (OfP 7, 3; 1, 5), y el reinado de Dios se hace eficaz en la medida en que el hombre consiente y acepta su voluntad salvadora de ser transformado hasta la plenitud (ParPN 4). Con la apertura de este proyecto divino, Dios ejerce su reinado y el hombre va ganando en madurez mientras se capacita para recibir la gloria de su realizaci-ón en Dios. Sólo entonces Dios será definitivamente Rey, porque el hombre habrá entrado también de una forma definitiva en su Reino. La imagen de la realeza divina que tiene Francisco, a pesar de las connotaciones ·dntcs mencionadas, no está determinada por el poder, sino por la humillación y el sufrimiento. La imagen del Cristo de S. Damián debió p,:sar a la hora de ver al Señor que reina desde la cruz, no desde un trono (OfP 7, 9); una visión que refleja la teología de Juan, en la que el Siervo sufriente es el Señor que reina.. De ahí la insistencia de Fran– cisco en urgir a los hermanos el seguimiento en pobreza de ese Rey que reina desde lc. cruz y que nos convierte en reyes del reino de los cielos (2 R 6, 4); seguimiento que 1e llevó a recorrer con docilidad y sin tregua el camino de la conversión espiritual (ParPN 5). 2. EL DIOS SANTO Unida a la dimensión de Todopoderoso está la de Santo (AlD 1). Una vez más la liturgia le presta el vocabulario para expresar la santidad de Dios; santidad majestuosa que la Iglesia había bebido en la Escritura y que proclamaba en forma de alabanza en el «Santo» de la Misa. En Fran– cisco resuenan estos contenidos teofánicos de la divinidad al percibirla como santa. Pero su presencia no es terrible al sentir amenazada su inti– midad, ya que en Jesús se ha roto esa barrera entre lo sagrado y lo pro– fano que dividía la realidad. La santidad de Dios (ExhAD 16) se nos ha hecho presente en un niño nacido para nosotros (OfP 15, 7) de la santa y gloriosa Virgen María (2CtaF 4), y esa misma santidad sigue santificando a los hombres por medio de los signos del pan, del vino y de la palabra (CtaO 14. 34), que los sacerdotes deben administrar santamente (CtaO 22s) dentro de la

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