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176 J. MICÓ (1 R 23, 4; lCtaF 2, 22; 2CtaF 85; CtaA 25), y ante cuya presencia sólo cabe la adoracióri en temor y reverencia (CtaO 4). En realidad se trata de la imagen mateana del juicio final (Mt 25, 31-46). En Francisco no aparece el término majestad, pero sí el de Altísimo, Sumo, Eterno, Omnipotente y Glorioso_. que englobarían la imagen de trascendencia mdjestuosa con que veía a Dios: una dimensión divina que no se limita a estar en las cosas o acontecimientos, aun sin confundirse con ellos, sino que los trasciende como su soporte y razón de ser. Con los términos Alto y Altísimo, Francisco expresa su experiencia de Dios que está más allá de las cosas. Si hubiera conocido la fenomeno– logía de la religión o la historia de las religiones comparadas, diríamos que con este vocablo afirma lo «numinoso» de Dios, aquello que corres– ponde a la divinidad y solamente a ella. Pero Francisco bebe, más bien, en las fuentes de la liturgia. Su conocimiento del salterio y la familia> rielad con el k:nguaje de la Escritura y de los Santos Padres, le prestan su vocabulario a la hora de expresar lo trascendente de Dios. El Dios Altísimo es el «Deus tremendae maiestatis», ante quien el hom– bre se siente anonadado, y, desde su indignidad, lo alaba y bendice (Cánt ls; 1 R 17, 18). El Altísimo es el que está más allá y, sin embargo, se hace presente en nuestra realidad cotidiana como acontecimiento sal– vr,dor. La «altura de la majestad» no le impide hacerse para nosotros Padre bondadoso, Hermano entre los hombres o pobreza solidaria en la Eucaristía (Ct[tCle 3; Test 10; UltVol 1). Dios, además de Altísimo, es Sumo (1 R 17, 18; 23, 1); un doblete muy querido por Francisco, al que se unen los términos Excelso y Sublime como una forma de indicar la lejanía trascendente de lo divino. Dios está en el horizonte de la trascendencia, en el límite de lo último, donde nadie le puede arrebatar su absoluta diversidad. La eternidad atribuida a Dios no es un símbolo de vetustez ni mira c~-::clusivamentc al pasado. Ser eterno es ser contemporáneo, estar pre– sente en todos los tiempos, viviendo con preocupación la marcha de la historia. Dios es Eterno no solamente porque carece de principio y de fin, sino porque alumbra a sus criaturas, las acompaña en el camino y las espera en la meta (1 R 23, 3s). Esta solicitud sin límites es lo que configura su eternidad y provoca su omnipotencia. Dios es Omnipotente porque es creativo, autor de maravillas que ma– nifiestan su orif!inalidad por hacer participar al hombre de su propia vida. Crear, encarnarse, redimirnos y sentarnos con Él en la gloria son obras que desbordan nuestras posibilidades y sólo se pueden atribuir al Todopoderoso (1 R 23, 8). Pero estas «maravillas» toman cuerpo en la vida conc,eta de cada hombre; por eso Francisco, ·al reconocerlas en su

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