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EL MARCO ESPIRITUAL DE FRANCISCO DE ASÍS 59 aun con dificultades, se propagara por el pueblo creyente. Uno de estos canales era el arte. Detrás de cada obra pictórica o escultórica hay una teoría espiritual que le ha dado vida y que, haciéndose forma en la piedra o los colores, llega hasta el corazón del pueblo cristiano a través de los ojos. Indudablemente son ideas muy fundamentales y repetitivas, pero suficientes para hacer llegar el mensaje de los teólogos espirituales que previamente se había elaborado en las escuelas monásticas o urbanas. Otro de los conductos, y tal vez el más importante, fue el clero dedi– cado a la pastoral. En la mayoría de diócesis, la formación del clero estaba confiada a maestros que habían frecuentado las escuelas teoló– gicas o conocían de algún modo las doctrinas que allí se elaboraban. Indudablemente no todas las escuelas catedralicias tenían el mismo nivel ni todos los clérigos la misma capacidad; pero circulaban «sermonarios», compuestos a base de citas de los Santos Padres y de teólogos con auto– ridad, que suplían la falta de formación de párrocos y clero en general. De este modo porlía llegar a los oídos de los fieles lo más elemental de las doctrina'> espirituales. A esto hay que añadir el contacto directo de los grandes maestros con el pueblo por medio de la predicación. Figuras como S. Bernardo compaginaron el estudio y la espiritualidad escrita con la oral dirigida al pueblo; de este modo los fieles recibían directamente la doctrina que por escrito les hubiera sido imposible recibir. 2. Los TEÓLOGOS BENEIJICTTNOS En el siglo xn el saber espiritual es casi una exclusiva de los monjes. Sin embargo, la filiación benedictina de todos ellos no supone, a la hora de hacer teología espiritual, un mismo patrón al que todos se tengan que plegar; es decir, que no constituyen escuela. Hay distintas tenden– cias en el pensar que se hacen más evidentes cuando se trata de elegir el método teológico. Personalidades como S. Anselmo, Ruperto de Deutz, Abelardo o S. Bernardo, a pesar de tener una raíz común en el monacato benedictino, nos ofrecen una espiritualidad diferente e, incluso, algunas veces hasta opuesta. S. Anselmo de Canterbury (t 1109) puede considerarse como el primer pensador c;ristiano del Medioevo. Ante una teología que solamente se dedicaba a la profundización bíblico-litúrgica, él aportará la inteligencia y el dato racional al servicio de la fe. En sus escritos el elemento espi– ritual cobra una especial importancia. Pero no hay que olvidar que An– selmo es monje y formador de monjes; por tanto su espiritualidad es también monástica.

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