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EL MARCO ESPIRITUAL DE FRANCISCO DE ASÍS 55 supera al demográfico. Es decir, que por primera vez la productividad de la población es superior a su consumo. El motivo de este auge hay que buscarlo en un conjunto de progresos agrícolas a los que, no sin exageración, se les ha dado el nombre de «revolución agrícola». Los progresos en las herramientas y los métodos de cultivo, a la vez que el acrecentamiento de las superficies cultivadas, supusieron un aumento de los rendimientos y una mejora en la cantidad y calidad de la alimentación. Si el progreso agrícola fue importante, el desarrollo artesanal, y en algunos sectores el industrial, no lo fue menos. La construcción de cas– tillos y del «blanco manto de iglesias» de que habla Rodolfo el Lampiño, pusieron en movimiento un conjunto de medios técnicos, económicos, humanos e intelectuales excepcional. Por otra parte, los excedentes demográficos y económicos impulsaron la formación y el crecimiento de centros de consumo: las ciudades. Las aldeas y los señoríos se vieron en la necesidad de mantener unas rela– ciones más continuas con los mercados, puesto que, al aumentar la pro– ducción, había que comercializar los excedentes y obtener el dinero que les permitiera adquirir lo que la producción local no proporcionaba. Junto a los grandes puertos comerciales aparecieron los mercados de carácter temporal: las ferias. Las principales se establecieron entre la zona de contacto del comercio mediterráneo y el nórdico: Flandes y la Champaña. Pero en realidad constituían mercados permanentes, donde no sólo se vendían e intercambiaban los productos del gran comercio -paños y especias-, sino que también se regulaba toda una serie de operaciones de cambio y crédito. De hecho, en las ferias es donde apa– recen los primeros banqueros. A pesar de estos cambios en la demografía y en las técnicas agrícolas, los pueblos más rurales no crecieron demasiado, puesto que la población sobrante se establecía en las nuevas roturaciones ganadas al bosque, creando nuevos asentamientos. Sin embargo, en las ciudades con pre– dominio de los sectores secundarios (panaderos, carniceros, artesanos, etcétera,) y terciarios (mercaderes, banqueros, profesionales, etc.) el creci– miento fue mayor. Esta multiplicación de servicios rompió en mil pedazos la clásica sociedad tripartita de «monjes, caballeros, trabajadores», dando lugar a una estructura nueva de la sociedad: la burguesa. Este nuevo tipo de sociedad se caracterizó por estar basada en una mentalidad de beneficio: producir más para tener más. El valor del dinero se generalizó, convirtiendo este despegue económico en un desarrollo am– biguo, donde el enriquecimiento de unos se apoyaba en d empobreci– miento de otros. El paso de una sociedad absolutamente rural a otra más

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