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54 J. MICÓ la sociedad en que se da, sino también con el pasado próximo en el que hunde sus raíces. Es decir, pretender acentuar la fuerza original de Francisco, ensom– breciendo el contorno y su pasado, es ignorar que todo acontecimiento humano, aunque sea espiritual, forma parte de un proceso histórico del que no lo podemos desligar. De ahí que para entender la experiencia reli– giosa de Francisco haya que colocarla en su contexto inmediato, del que, como suelo nutricio, ha recibido su ser y su significado. Indudablemente no se trata de una relación mecánica y determinista, pero está fuera de toda duda que las grandes personalidades que forman la historia de la espiritualidad, no hubieran podido desarrollar toda su capacidad sig– nificativa si la sociedad, a la que se dirigieron con su mensaje, no hu– biera sido capaz de aceptarlos por considerarlos unos extraños. Es un hecho constatable que las exigencias espirituales crecen, o pue– den crecer, en la medida en que se solucionan las dificultades econó– micas. No es casual, por ejemplo, que la época carolingia, caracterizada por la debilidad de la producción agrícola y la mediocre actividad comer– cial, fuera también la época más sombría en lo espiritual; mientras que a partir del siglo x1 y xn se constata un despertar intelectual y religioso que coincide con el desarrollo económico y urbano de la sociedad. Al hablar, pues, de espiritualidad tendremos que hacerlo de una forma encar– nada en las estructuras sociorreligiosas que la hacen posible y que, al mismo tiempo, reciben su influencia. I. EL SIGLO DEL PROGRESO 1. FACTORES SOCIO-ECONÓMICOS Casi todos los historiadores de la Edad Media están de acuerdo en afirmar que la mayor parte de las regiones de Occidente se caracteri– zaron, en el período que va desde finales del siglo XI a principios del XIII, por un espectacular avance en todos los campos. De un modo un tanto desproporcionado se le ha dado en llamar «el siglo del gran progreso». Sin llegar a este extremo, sí que podemos afirmar que el siglo XII fue un salto respecto a los anteriores, que aportó los elementos necesarios para que se fraguara lo mejor de la Edad Media. Uno de los elementos fue el gran aumento demográfico. La duración de esta tendencia prueba que la vitalidad demográfica era ca,paz de supe– rar los estragos de una mortandad estructural y coyuntural debida a la fragilidad física, las grandes hambres y las epidemias. Sin embargo, el hecho más importante, por favorable, es que el crecimiento económico
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