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76 J. MICÓ tura del Evangelio que hace resaltar los temas del seguimiento radical de Jesús. La imagen tipo de estos movimientos podría ser la de un grupo itine– rante de hombres y mujeres que, habiéndolo dejado todo, siguen pobres a Jesús pobre y lo anuncian a los demás. No obstante, existen también otros grupos que, sin abandonar su situación social, viven este mismo evangelismo en un ambiente penitencial. La radicalidad con que vivían estos grupos los hacía intransigentes frente a la vida incoherente de la jerarquía. La pobreza era la piedra de toque que distinguía a los verdaderos seguidores del Evangelio de los que no lo eran, y la Iglesia estaba perdiendo su fuerza moral y su autoridad al predicar lo que ella misma no cumplía. Arnaldo de Brescia (t 1154) fue el animador de uno de estos movi– mientos evangélicos de reforma, en el que la pobreza colorea toda la vida cristiana convirtiéndola no sólo en exigencia ética sino también en justHicadora de la autoridad eclesial. De Pedro Valdo, mercader convertido, se dice que hacia el año 1176 abandonó todos sus bienes y los repartió entre los pobres, comenzando a vivir el Evangelio y a predicarlo. Muchos se le acercaron para oírlo y rehacer sus vidas, pero algunos, además, se unieron a él formando el grupo de los Valdenses o Pobres de Lyón, hombres y mujeres de los que el curial Walter Map dice: «No tienen hogares permanentes; van viajando de dos en dos, descalzos, vestidos con paños de 1ana, sin poseer nada y teniendo todo en común como los Apóstoles, desnudos, siguiendo al Cristo desnudo.» Por este mismo tiempo aparece otro grupo evangélico de laicos, los Humillados, en el que los casados continuaban viviendo en casa con sus familiares, y los solteros, o libres, hacían vida en común. Se distinguían por vestir ropas sencillas y sin teñir, como símbolo de humildad. Se dedi– caban al trabajo manual como tejedores de lana y tenían sus reuniones espirituales en las que se animaban mutuamente, por medio de la pre– dicación, al seguimiento evangélico. Otro grupo similar era el de las Beguinas, una especie de «piadosas mujeres» que, viviendo en casas comunes o individuales alrededor de la iglesia, llevaban una vida de piedad semejante a las monjas. El tiempo que les quedaba libre, después de hacer oración, lo dedicaban al trabajo manual y a las obras de misericordia. Aunque mucho más difuso y sin una organización tan estricta, tam– bién puede considerarse a los Penitentes como un movimiento evangé– lico. Si bien habitualmente residían en sus propias casas, el hecho de adoptar unas formas de vida pobres, bastante similares en todos ellos,

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