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EL .MARCO ESPIRITUAL DE l'RANCISCO DE ASÍS 75 al estar acompañada de placer, siempre suponía una falta, aunque fuera leve. El prototipo de la espiritualidad matrimonial, aunque parezca para– dójico, era la vida monástica, y los esposos que quisieran tomarse en serio su vida de fe tenían que ir renunciando a lo más propio de la pareja, la sexualidad, hasta ingresar por separado en algún monasterio. No obstante, hubo una progresiva evolución a partir de las órdenes militares, ya que en ellas aparece el raro concepto de «religiosos casa– dos». En una bula de Alejandro III al maestro de la Orden Militar de Santiago, el Papa afirma que los miembros de la Orden que están casa– dos también son verdaderos religiosos, por cuanto que el estado de per– fección ,no está ligado a la virginidad sino a la obediencia. Con ello se abrían nuevas posibilidades a los laicos de aspirar a un compromiso evangélico que, hasta entonces, se les había negado. Sin embargo, para la mayoría de ellos, ni el trabajo ni la familia fueron los cauces normales de santificación, sino todo lo contrario; es la caridad la que asume el potencial de santificación que les negaban en las demás facetas. Las grandes transformaciones sociales habían cam– biado el cuadro tradicional de la pobreza. La aparición de una espiri– tualidad más centrada en la humanidad de Cristo acentuó no solamente el despliegue de las obras tradicionales de misericordia sino que despertó la voluntad de luchar contra la miseria. Junto al necesario socorro de los huérfanos y viudas se atendió también a las víctimas de la injusticia, es decir, a los marginados de la sociedad: enfermos, leprosos, prostitutas, vagabundos, etc. La imagen del pobre que, hasta entonces, había sido objeto de la caridad se convierte, por su identificación con el Cristo sufriente, en sujeto por el que nos viene la salvación. c) Movimientos evangélicos La insatisfacción religiosa que existía entre los laicos, al no verse acompañados por la jerarquía en la búsqueda de nuevas formas de espiri– tualidad, desembocó en la aparición de numerosos movimientos evangé– licos que expresaban el deseo de una vuelta al Evangelio como funda– mento de la renovación eclesial. La llamada de los predicadores itinerantes, en su mayoría clérigos, había despertado y dado forma a esta inquietud dentro de un evangelismo radical. Para ellos el Evangelio es una invitación a seguir realmente a Jesús pobre, anunciándolo,. al mismo t!empo, como única posibilidad de salvación. Predicación y po– breza serán, por tanto, los dos ejes sobre los que girarán todos estos movimientos y que ofrecerán una visión del Evangelio, si bien limitada, al menos coherente con su sentido original. Las condiciones de itine– rancia en que aparecen casi todos los movimientos favorecen una lec-
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