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70 J. MICÓ los que tienen que buscar protección en órdenes ya existentes y que asumen esta función un poco contra corriente. Uno de los primeros fue el de Fontevrault, donde Roberto de Arbrisscl fundó a principios del siglo xu un monasterio múltiple, en el que vivían, en edificios separados, distintas comunidades de vírgenes, viudas, pros– titutas arrepentidas, leprosos y monjes, todos ellos bajo la autoridad de una abadesa preferentemente viuda. Otra nueva fundación, hacia mitad del siglo, fueron las monjas car– tujas, quienes iniciaron su andadura con un tipo de vida semieremítico, pero que, debido a razones económicas en la construcción de este tipo de edificaciones, terminaron por admitir la vida cenobítica y, lo que es peor, por justificar como programa espiritual propio lo que había sido una consecuencia de la falta de medios. También entre los Premostratenses hubo monasterios femeninos que, junto a los Canónigos Regulares y profesando la Regla de S. Agustín, ofrecían a las mujeres de todos los estratos sociales la posibilidad de llevar, dentro de la clausura, una vida sobria, pobre y contemplativa según las aspiraciones espirituales de la época. En las órdenes provenientes de movimientos de predicación itine– rante, las mujeres encontraron una aceptación que las hacía sentirse en igualdad de derechos con los varones. Pero entre los Cistercienses, que constituían una reforma del ámbito monástico, se tardó en aceptar con normalidad a los grupos religiosos femeninos que buscaban formar parte de su espiritualidad. Sólo a finales del siglo consintieron en incorporar los monasterios de mujeres que se habían quedado aisladas al círculo de su influencia espiritual. 2. LA ESPIRITUALIDAD DE LOS LAICOS La transformación de las estructuras eclesiales y jerárquicas tradicio– nales producidas por la Reforma gregoriana afectó también a la gran masa de los laicos. Ante la invitación de Gregario VII a movilizarse contra los abusos del clero, incluso con la fuerza, el pueblo llano sobre todo, ya que los príncipes y caballeros estaban interesados en mantener esa situación, respondió con un protagonismo desconocido hasta entonces. Indudablemente se trataba de una llamada interesada, puesto que al Papa lo que le importaba no era tanto la promoción del laicado como la defensa de la Sede Apostólica. Pero esto fue uno de los motivos para desbloquear la pasividad de los seglares, haciendo que tomaran con– ciencia de su responsabilidad dentro de la Iglesia. Otro de los motivos fue su mayor atención espiritual, debido a la multiplicación de las parro-
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