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EL MARCO ESPIRITUAL DE FRANCISCO DE ASÍS 69 carla a través de toda la cristiandad. La personalidad de S. Bernardo fue fundamental en el progreso de la vida mística, al unir teoría y prác– tica en la propia vivencia de Dios. De esta espiritualidad se beneficiaron no sólo los monjes sino también algunos círculos de laicos comprome– tidos que, de algún modo, dependían espiritualmente de ellos. Los Cistercienses, hijos de su tiempo, supieron asimilar la espiritua– lidad de retorno a la Iglesia primitiva propugnada por los movimientos paupe.rísticos, y que se centraba ,en la pobreza, la humildad, la peniten– cia, etc. Pero su conexión con las aspiraciones de los fieles duró poco. A mediados del siglo xn, el abismo entre el ideal y la realidad se fue agrandando cada vez más hasta el punto de caer en lo mismo que habían criticado, dejando de solucionar problemas tan importantes como la armo– nización de la pobreza individual y la riqueza colectiva, la presencia en medio de los hombres y la separación del mundo. La herencia espiritual de Citeaux tampoco quedaba exenta de cierta ambigüedad. Si por una parte había influido favorablemente en el movi– miento religioso de los Países Bajos a finales del siglo XII, caracterizado por una mística basada en la humanidad de Cristo y en el deseo de par– ticipar activamente en la Pasión del Señor, por otra parte también pro– vocó el misticismo fogoso de un Joaquín de Fiore sustentado en las meditaciones sobre el Apocalipsis y el misterio de la Trinidad. La espiritualidad cisterciense a finales del siglo xn había dado todo lo que podía dar de sí. Su acercamiento a Dios a través de una ascesis rigorista y crispada por la convicción de no haber hecho nunca lo sufi– ciente, podía ser el motivo de su pérdida de influencia entre la cristian– dad; pero cabe percibir también esta misma actitud entre los nacientes movimientos pauperísticos, por lo que el debilitamiento de los Cister– cienses se deberá entender como parte de ese otro fenómeno más general de decaimiento de toda la vida monástica. d) La vida religiosa femenina El monaquismo femenino también tuvo su florecimiento en el siglo xn. Preparado por las reformas de los siglos anteriores, aparece con un talante nuevo, que se concreta en unas relaciones más equilibradas con los monasterios masculinos, de los que recibe prote.;ción y ayuda, pero sin una excesiva dependencia. Otro elemento es la liberación o democra– tización en la acogida de nuevas vocaciones, ya que no se exige en muchas ocasiones como condición indispensable pertenecer a la nobleza ni la aportación de la «dote». De modo general se pueden distinguir dos tipos de monasterios: Aque– llos que surgen con entidad propia en las nuevas órdenes religiosas, y

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