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68 J. MICÓ Como todos los mov1m1entos espirituales de la época, Citeaux no pre– tende innovar nada sino volver a las fuentes de la tradición, sobre todo a la Regla de S. Benito, para recrear desde allí una forma de vida evan– gélica más fresca que la tradición monástica había secado y oscurecido con sus costumbres. La intención era recuperar la desnuda observancia de la Regla benedictina para así poder imitar mejor, en simplicidad y pobreza, al Cristo de los evangelios. Pero las «lecturas» siempre son interesadas, aunque se pretenda la mayor objetividad. Por eso, los Cistercienses hicieron también su propia interpretación de la Regla, según el ambiente del momento, acentuando la renuncia personal y la austeridad. Para ellos el monje es un penitente, como los ermitaños, que se ha separado del mundo para refugiarse en la soledad y el silencio. Esto explica su preferencia por los lugares desér– ticos -valles pantanosos o claros del bosque apartados de la sociedad– y su aversión al ministerio pastoral. El afán de aislamiento y de renuncia a todo tipo de ayuda laboral, trabajando sus propias tierras como una exigencia de la Regla, determinó una organización económica original: rechazaron toda renta señorial o beneficio eclesiástico, y trataron de que la propiedad estuviera lo más cercana posible al monasterio, con el fin de que los «conversos» que tra– bajaban en ella pudieran hacer vida común con los monjes y, así, rea– lizar su propia vocación. Vivían una pobreza extrema: los vestidos eran de lana blanca sin tintar; comían sólo una vez al día a base de pan y verduras aliñadas con aceite y sal; las construcciones eran de una extremada simplicidad, sin comodidades ni refinamientos estéticos; las iglesias carecían de orna– mentación y mobiliario litúrgico de valor, de vidrieras e, incluso, de órgano, buscando una intencionada desnudez que hiciera resaltar la ima– gen de Cristo crucificado. Con la restauración del trabajo manual efectivo y la simplificación del Oficio litúrgico se establece un nuevo equilibrio entre la vida de oración, el trabajo físico y la lectura meditada. Con ello se intenta recuperar no sólo la letra sino también el espíritu de la Regla. Por eso, todas las prácticas se interpretarán ascéticamente, con el fin de llegar a la perfección de la caridad. Se trata, en definitiva, de acercar lo más posible la realidad al ideal, reconociendo humilde– mente la propia miseria y haciendo camino en busca de Dios, el único que puede llenar el vacío existencial y devolvernos la dignidad de hijos perdida por el pecado. Aunque no se puede hablar de una piedad propia del Císter -como podría ser la devoción a Cristo y a la Virgen-, lo cierto es que la asi– miló del propio ambiente con una sensibilidad especial y supo comuni-

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