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EL MARCO ESPJRITl.:AL DE FRANCISCO DE ASÍS 67 de la Palabra encontraba respuesta en esta institución abierta a las nece– sidades de la Iglesia. La otra corriente canonical, a pesar de su aparente proximidad a la vida monástica, también elaboró su propia espiritualidad basada en la exaltación del sacerdocio. Su vida retirada, austera y pobre, entregada al estudio y la oración, no era un fin en sí misma, sino un medio de purificación para que el sacerdote pudiera ejercer debidamente su fun– ción mediadora entre Dios y los hombres. Por tanto, el centro de la vida diaria no era la recitación del Oficio, sino la propia misa conventual, puesto que el sacerdote es, ante todo, el hombre del sacrificio euca– rístico. Además de esta corriente más proclive a la separación del mundo en busca del retiro, la vida canónica en general tuvo un proceso que va desde un ideal sacerdotal caracterizado por el clima de la Reforma grego– riana, con tendencia a acentuar el celibato y la vida apartada de lo mun– dano, hasta un tipo de sacerdote que se dedica completamente a la «cura animarum» sin limitarse al servicio litúrgico en las iglesias sino abrién– dose al ministerio de la caridad y de la Palabra. El auge de los canónigos regulares duró poco. Su influencia reformista sólo llegó a los ministros del culto que aceptaron la vida en común, los cuales eran relativamente pocos. La consecuencia fue que los sacer– dotes seculares se quedaron sin un modelo espiritual adecuado a· su situación concreta. De hecho, no se canonizó hasta el siglo xrv a ningún sacerdote secular. Por otra parte, las Canónigos regulares fueron asu– miendo, por mimetismo, las formas monásticas, hasta diluirse su origi– nalidad apostólica, quedando sólo algunas órdenes como testigos de que la apertura espiritual y material al prójimo es un elemento esencial de la vida consagrada. c) El nuevo monacato El mismo espíritu que llevó a S. Bruno a la vida eremítica y a Nor– berto de Xant a un tipo de vida canonical retirada, condujo también a Roberto desde Molesmes a Citeaux en 1098 para recomenzar un nuevo tipo de vida monástica: el desasosiego espiritual y la búsqueda de una forma de vida que saciara su sed de autenticidad evangélica. En contra de lo que pudiera parecer, no fue la decadencia del monacato tradicional, sobre todo de Cluny, lo que motivó la aparición de esta nueva forma de vida monástica. Los Cistercienses se independizaron de Cluny no porque lo condenaran sino porque deseaban algo distinto, ya que una nueva espiri– tualidad ponía en entredicho aquella que había prevalecido hasta en– tonces.

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