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66 J. MICÓ b) La vida canónica Si muchos clérigos, respondiendo a sus exigencias de un mayor com– promiso cristiano, optaron por la vida eremítica, otros, sin embargo, se reunieron en comunidad para llevar una vida pobre y coherente con su ideal evangélico. El papa Urbano II reconoció en 1070 este tipo de «Vita canonica» o « Vita apostolica» como un estado de perfección para los clérigos, cosa que hasta entonces había estado reservada exclusivamente a los monjes. Sin embargo, no podemos pensar que esta nueva forma de vida comu– nitaria fuera aceptada de forma masiva por el clero. La mayoría estaban demasiado condicionados por el sistema de prebendas para renunciar a ellas en favor de una puesta en común de los bienes. Por tanto, estas nuevas comunidades de clérigos se formaron más a partir de «conversio– nes» personales que por la entrada generalizada del clero secular. El espectro de los Canónigos regulares es muy diverso, y las fundaciones que adoptaron la «Vita canonica» se entendieron más como nuevas órde– nes religiosas que como término de una reforma general del clero. Aunque todos adoptaron a principios del siglo XII la Regla de S. Agus– tín, no todos le dieron el mismo contenido ni el mismo significado, puesto que la mayoría optó por seguir la Regula prima -es decir, una carta en la que S. Agustín describe la marcha diaria de un grupo de clérigos que viven con él-, constituyéndose en el Ordo antiquus. Otros, provenientes del eremitismo, prefirieron adoptar la Regula secunda, tam– bién llamada Ordo monasterii, y en realidad un texto atribuido también a S. Agustín, en el que describe de forma más detallada la vida ascética y pobre de los clérigos dedicados al trabajo manual en un ambiente de ayuno, oración y silencio. Estas comunidades, que vivían la «vita vere apostoli.ca» , formaron el Ordo novus, en contraposición del antiguo, pero que en realidad se trataba de una corriente rigorista dentro de la am– plia gama de los Canónigos regulares. Los Premostratenses, fundados por Norberto de Xant, son el prototipo de estas fundaciones, que lograron extenderse por toda la cristiandad. A pesar de su pluralismo, los Canónigos regulares lograron crear una espiritualidad que caló profundamente entre los fieles de su tiempo. La Regla de S. Agustín era lo suficientemente amplia como para dejar espacio a la creatividad personal. El ejemplo de una vida espiritual pro– funda, unida a una actividad pastoral cercana a la gente, contribuyó a su aceptación dentro de la cristiandad. Por eso, no es extraño que Sto. Do– mingo eligiera esta fórmula de vida religiosa para organizar su Orden de «canónigos-predicadores», puesto que su vocación de clérigos al servicio

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