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EL :MARCO ESPIRITUAL DE FRANCISCO DE ASÍS 65 el auge de las ciudades provocaron tal rechazo en algunos ambientes, que les llevó a renegar de lo que ellos mismos se habían construido, pasando de la riqueza y de la vida confortable en la sociedad a la pobreza más radical en lugares solitarios y apartados. También el clero más inquieto, que no pudo soportar la lentitud de la reforma, se retiró al campo para llevar vida eremítica. Sin embargo, hay que tener en cuenta una cosa, y es que el eremi– tismo del siglo xn tiene poco que ver con una simple restauración tra– dicional. El entorno sociorreligioso en el que aparece le condiciona a la hora de estructurarse. En realidad, los eremitas de esta época son peni– tentes, y como tales viven y se comportan. Su aspecto es descuidado y el vestido roto y sucio; buscan lugares apartados donde se cobijan en grutas o cabañas; se alimentan exclusivamente de legumbres y frutos crudos; trabajan manualmente por necesidad y como ascesis, etc. Su separación de la sociedad es, más que geográfica, vivencial, puesto que se preocupan de los problemas de la sociedad tratando de ayudar en sus soluciones. La movilidad y libertad de que disponen, les permite ejercer un apostolado muy variado que va desde la acogida a los visitantes, hasta la asistencia a los viajeros o la predicación popular itinerante. Su huida a la soledad no es, por tanto, una búsqueda egoísta de la propia salvación, sino la posibilidad de entregarse a los demás, sobre todo a los necesitados, de una forma más coherente. Una de las características del eremitismo del siglo XII es su pluri– formidad, hasta el punto de que más que una forma de vida es un estado de ánimo. Puede desembocar tanto en la Cruzada como en el ejercicio de la hospitalidad o en la fundación de nuevos monasterios o canónicas, terminando así su aislamiento en solitario. Aunque en tales casos se aco– gían a las Reglas de S. Benito o S. Agustín, también era frecuente pro– curarse una espiritualidad original creando sus propias constituciones, como es el caso de Fontevrault, Camáldula, Vallcumbrosa, Grandmont, cte. Estas fundaciones duraron poco y no consiguieron transmitir dema– siado su espiritualidad al pueblo. La única que perduró y marcó con mayor intensidad la espiritualidad de Occidente fue la de los Cartujos. Nacidos a finales del siglo XI por iniciativa de S. Bruno, se establecieron en el inaccesible valle de la Chartreuse, cerca de Grenoble. Su espiri– tualidad se caracteriza por la ruptura total con el mundo exterior, bus– cando la soledad y el olvido de sí mismos, para poder alcanzar el único fin: llegar a Dios en la plenitud del amor. Como todos los ermitaños, en contraposición a los monjes, la liturgia se reduce al mínimo, reunién– dose solamente para el Oficio nocturno y algunas Horas del día, dándose la paradoja de que, siendo la mayoría sacerdotes, raramente celebraban la eucaristía.
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