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64 J. MICÓ mula válida de expresar la perfección cristiana. Pero a medida que la Europa occidental se despierta y se concretiza en unas nuevas estruc– turas, los fieles van experimentando cierto malestar ante esa imagen monolítica que supone la vida monástica, y se aventuran a buscar nuevas formas de vida cristiana que respondan mejor a sus necesidades. Todos estos movimientos se caracterizan por una exigencia de auten– ticidad y de personalización de la vida religiosa. Una autenticidad que vendrá dibujada por el ser y el deber ser de la Iglesia que le marca el Evangelio, y que en el siglo xn se concreta en la pobreza y en la nece– sidad de anunciar a todos la Buena Nueva. Una de las consecuencias de la Reforma gregoriana fue el enriquecimiento material de la Iglesia, sobre todo de los monjes. Enriquecimiento que trataban de justificar con un desarrollo majestuoso y espléndido del culto que velaba, más que revelaba, la comunicación directa del Evangelio. Ante esta evolución de la vida monástica hacia formas poderosas de seguridad y brillo cul– tual, muchos cristianos optaron por buscar otras formas de vida cristiana más acordes con sus aspiraciones antes que entrar en este tipo de mona– cato tradicional. a) El eremitismo El eremitismo no es una novedad en el Medioevo. La Iglesia tenía ya una larga tradición de hombres y mujeres que, abandonando las ciudades, se habían adentrado en la soledad para vivir de una forma radical su experiencia religiosa. También los monjes, a título excepcional, practi– caban este tipo de retiro, abandonando la comunidad para vivir durante algún tiempo en el desierto. Sin embargo, puesto que eran pocos y sin mucha conexión con los fieles, parece ser que no influyeron demasiado en la espiritualidad de su tiempo. Es a partir del siglo XI, y sobre todo en el xn, cuando el eremitismo renace con tal ímpetu, que es capaz de ofrecerse como una alternativa a la vida monástica. Este nuevo eremitismo de influencia bizantina llegó a Occidente a través del sur de Italia, y su máximo exponente es S. Romualdo, quien, alrededor del año mil, fundó la Camáldula, donde se observaban las cos– tumbres propias de los eremitas orientales. Es decir, la soledad, el silen– cio, los ayunos a pan y agua, las flagelaciones, las vigilias prolongadas, la oración continua y la pequeña artesanía para huir del ocio. Las razones que retardaron el paso de esta experiencia eremítica de Oriente a Occidente se deben, en gran parte, a factores socio-económicos. Una vez que se posibilitaron las transformaciones económicas y sociales de Europa, se hizo también posible la aparición de este género de vida eremítico. Y ello porque el desarrollo de la economía de intercambio y

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