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EL MARCO ESPIRITUAL DE FRANCISCO DE ASÍS 61 Ruperto de Deutz, es fruto de su propia experiencia y de la lectura asi– dua de la Biblia, meditada desde la liturgia, pero también del estudio de Orígenes, Agustín y Gregorio Magno. El punto de partida de su sistema se encuentra en la doctrina del pecado original. Dios quiere que desde lo más profundo del abismo suba– mos hasta Él. Nuestro ascenso tiene dos principios impulsores: la volun– tad divina y nuestra propia voluntad. Dios nos llama hacia sí por medio del amor, y nosotros debemos ir a Él también por el amor. Para S. Ber– nardo esto sólo es posible aceptando el misterio del Verbo Encarnado. Es Cristo quien toma posesión de nosotros y nos llena de los dones de su amor hasta llegar a la contemplación. Si el camino real del retorno a Dios es la meditación e imitación de los misterios de Cristo, la Virgen está vinculada de tal modo en dichos misterios, que no se puede pres– cindir de ella en la subida amorosa que nos lleva hasta Dios. S. Bernardo lo experimentó esto en su propia existencia; por eso sus escritos tuvieron tanta influencia, y sobre todo sus aportaciones espiri– tuales en torno al cristocentrismo, los misterios del Verbo Encarnado, la piedad mariana y su amor a la Iglesia. Guillermo de Saint Tierry (t 1148) fue discípulo de S. Bernardo y en él influye la afición al neoplatonismo, la erudición escriturística, su sen– sibilidad y predisposición para la introspección y, sobre todo, su maestría en el manejo de la dialéctica. Su doctrina sigue los mismos pasos del maestro S. Bernardo, que podríamos resumir en la imposibilidad radical, a causa del pecado original, de amar a Dios. Sólo la caridad perfecta nos puede llevar a unirnos con Él. El progreso espiritual es, pues, un progreso en el amor; de ahí la fórmula agustiniana: lo que amas, eso eres. Lo más interesante de Guillermo no son las tesis doctrinales, sino el modo de desarrollarlas, el espíritu que anima su oratoria fervorosa, la poesía y paz claustrales, el sentido caballeresco de la fe y el roman– ticismo ingenuo de sus devociones. Joaquín de Fiore (t 1202) es el representante del iluminismo que halló gran aceptación entre los fieles a finales del siglo XII. Lector y comen– tador incansable de la Biblia, había visto en las «Sentencias» de Pedro Lombardo un gran peligro para la cristiandad; de ahí su empeño en refu– tarlo con una teoría un tanto sospechosa sobre la Trinidad. Divide la historia en tres edades, asignadas a cada una de las personas de la Tri– nidad. La primera es la del Antiguo Testamento, en que manifestó su gloria el Padre; la segunda corresponde al Nuevo Testamento, en que se reveló el Hijo; la tercera es la del Evangelio eterno, que será el reino del Espíritu Santo, en el que se vivirá no ya bajo la ley sino en libertad de espíritu.

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