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60 .T. MICÓ Todo su pensamiento espiritual está orientado a la búsqueda teo– lógica con el fin de llevar al creyente, a través de la búsqueda de Dios, a una experiencia directa mediante la oración. Lo que S. Anselmo ha buscado continuamente en su vida -el encuentro con Dios-, lo ha que– rido enseñar también a los demás con la experiencia del propio camino. De ahí que sus escritos no sean mera elucubración filosófica, a pesar de su racionalismo, sino una serena meditación de la propia vida de fe. Junto a S. Anselmo está Abelardo (t 1142), un personaje contradic– torio, cuya azarosa vida ha ensombrecido su valía como teólogo espiri– tual. Lo mismo que Anselmo, tampoco ve problema en utilizar la dialéc– tica como método válido para la profundización de la teología. Son los dos benedictinos más representativos de esta época, en la que ya se per– fila una escolástica incipiente, y que influirán en los grandes teólogos medievales del siglo xnr: Alberto, Tomás y Buenaventura. Pedro Lombardo (t 1160), más conocido como «el maestro de las Sen– tencias», fue lugar teológico durante muchos años y tuvo una influencia enorme. Con él la espiritualidad empieza a tener un talante más especu– lativo, dogmático y moral, influyendo, al mismo tiempo, en la espiri– tualidad práctica, que se hace más metódica. Con el «Libro de las Sen– tencias», su obra más conocida, se facilita enormemente el estudio de la espiritualidad, aunque tenga de negativo el dispensar a los estudiantes de tener que acudir directamente a los Santos Padres. Con Lombardo la teología espiritual se hace más unitaria y didáctica; de ahí su enorme éxito como «libro de texto», pero sin alcanzar el nivel de sus contempo– ráneos Anselmo, Bernardo o Rugo de S. Víctor. Ruperto de Deutz (t 1129) es el mejor representante de la cultura y espiritualidad antiguas. Sin llegar a despreciar a los dialécticos, aborda el estudio de la Biblia a partir de la patrística. Orígenes, Agustín y Gre– gario son sus maestros, los cuales le ayudan a dibujar una espiritualidad teológica, sólida y valiente, que, al expresarse en un estilo fervoroso y devoto, le confiere cierto romanticismo sagrado, tierno y poético, que anuncia ya a S. Bernardo. Su exposición teológica le lleva a buscar en los dones del Espíritu Santo el fundamento de la vida espiritual. En su comentario al Cantar de los Cantares, referido a la Virgen, expresa con un lenguaje propio de la mística nupcial lo que ya antes había dicho S. Beda. Ruperto representa el paso de la devoción a María de la patrís– tica al medioevo nórdico en el que se la venera, con espíritu caballeresco, como a la dama digna de todo amor; un amor platónico que expresa el culto a lo femenino. S. Bernardo (t 1153) es una de las figuras más representativas de la teología espiritual en el siglo XII. Su doctrina, como ya ocurriera con

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