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LA RECONCILIACIÓN ·Y 'EL PERDÓN... 395 Y prescribe expresamente en la Regla: «Ni litiguen entre sí ni con otros ... No murmuren ni difamen a otros... Sean mesurados y humildes» (1 R 11, 3.8.9; 2 R 10, 7-8). Para quien está siempre dispuesto al perdón y tiene sentimientos de paz, no hay enemigos. Escribe Francisco: «Prestemos atención todos los hermanos a lo que dice el Señor: Amad a vuestros enemigos y 1iacecl el bien a los que os odian (cf. Mt 5, 44), pues nuestro Señor Jesucristo, cuyas huellas debemos seguir (cf. 1 Pe 2, 21), llamó amigo al que lo entregaba (cf. Mt 26, 50) y se ofreció espontánea– mente a los que lo crucificaron. Son, pues, amigos nuestros todos los que injustamente nos causan tribulaciones y angustias, sonrojos e injurias, dolores y tormentos, martirio y muerte; y los debemos amar mucho» (1 R 22, 1-4). En un tiempo en que los herejes preocupaban a todos los responsables ci'e la sociedad, especia}mente a los predicadores, diríase que el Pobrecillo los ignoraba: sus escritos no -contienen ninguna palabra de condena, ni alusión alguna a los herejes; los biógrafos no relatan ningún gesto ad– verso, ningún milagro polémico. Como demuestra el P. Kajetan Esser, 1 Francisco toma frente a la herejía una actitud serena, aunque nada ambi– gua: responde a todas las negaciones de los herejes con afirmaciones cla– ras, y también con ,gestos y ejemplos de vida, exactamente igual que frente a la conducta poco evangélica de pre1atdos y clérigos. Su denuncia profé– tica es sólo su fe simple, su humildad, su amor a todos. Pero unos y otros se sienten fuertemente interpelados, necesitados de perdón. «En medio de esta vida ejercitaban (los hermanos) la paz y la manse– dumbre con todos; intachables y pacíficos en su comportamiento, evita– ban con exquisita diligencia todo escándalo... No cabía en ellos envidia alguna, ni malicia, ni rencor, ni murmuración, ni sospecha, ni amargura; reinaba una gran concordia y paz continua» {1 Cel 41). Aun antes de su conversión, Francisco se sentía impulsado a ser agente de paz. Durante su estancia en la prisión de Perusa, restableció entre los compañeros de infortunio la concordia turbada por el comportamiento de uno de ellos (TC 4). Más tarde, lo encontramos, como heraldo del evangelio ,de la paz, paci– ficando las ciudades en }as que los conflictos comunales y las ·rivalidades entre familias llegaban con frecuencia hasta la confrontación armada. Te– nemos noticias incidentales de algunos casos, pero éstos ,debieron ser 1 K. EssER, Francisco de Asís y los Cátaros de su tiempo, en Sel Fran n. 13-14 (1976) 145-172.

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