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LA RECONCILIACIÓN Y EL PERDÓN... 391 ·siempre pronto a la misericordia y a ,perdonar los extravíos de sus hijos» (1 Cel 111). Sus últimas palabras fueron de perdón y bendición a todos los hermanos, así .como también a la hermana Clara y a sus compañeras (1 Cel 109; LP 13). No sabía amar sino perdonando. Más aún, este su amor, tierno y cáli– do como el de una madre, era para los hermanos de 1a primera generación como la garantía del amor y idel perdón de Dios. «Un hermano llamado Ricerio... se conducía en todo con espíritu de piedad y total entrega para ganarse y poseer plenamente la benevolencia del santo Padre, tenía gran temor de que san Francisco• le aborreciera internamente, y quedase así excluido de la gracia de su amor. Pensaba este hermano -muy timorato- que quien era amado de san Francisco con íntimo amor, había de merecer también el divino favor; y, por el contrario, quien no lo hallase benévolo y propicio, incurriría en la ira del supremo Juez... Mas como cierto día estuviese el bienaventurado Padre orando en la celdilla y se acercase allí el hermano turbado por su idea fija, conoció el santo de Dios su llegada y lo que revolvía en su mente. Al instante lo hizo llamar y le animó: "Hijo, no te turbe ninguna tentación, ni pensamiento alguno te atormente, porque tú me eres muy querido... "» (1 Cel 49-50). Se hizo práctica habitual entre los hermanos el que, cuando uno caía en ,la cuenta de haber ofendido aunque fuese mínimamente a un compañe– ro, -se ,postrase inmediatamente a los pies del ofendido pidiéndole perdón. Y todo terminaba con el ,perdón recíproco (2 Cel 155). Santa Clara, en su Regla (cap. 9), hizo del perdón mutuo una de las bases fundamentales de la dinámica interna de la fraternidad claustral. Es normal que toda institución procure ,p1°ecaverse contra la indisci– plina, sobre todo cuando la conducta de los díscolos pone en peligro el bien común o ensombrece el buen nombre del grt1¡po. A Francisco le preo– cupaba partkularmente la severidad ,de los hermanos, especialmente de los respons,ables, hacia el hermano culpable. Sus expresiones al respecto son muy elocuentes: «Y guárdense todos los hermanos, tanto los ministros y siervos como los otros, de turbarse o airarse por el pecado o el mal del hermano... ; más bien, ayuden espiritualmente, como mejor puedan, al que pecó... » (1 R 5, 7-8; cf. 2 R 7). « Y en esto quiero conocer -escribe a un superior- que amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu miseri• cordia, si es que la busca. Y, si no busca misericordia, pregúntale tú si la quiere... » (CtaM 9-10).
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