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400 LÁZARO IRIARTE las costumbres morales de Melek-el-Kamel. Más aún, en contraste con la crueldad die que hicieron gala los jefes cruzados con los prisioneros mu– sulmanes en Damieta, el Sultán actuó moderada y generosamente, conce– diendo libertad a los cristianos detenidos. Así lo atestiguan las mismas fuentes ocotdentales. 7 Francisco sie alegró al conocer la noticia del martirio de los compo– nentes de la otra expedición, que se había dirigido a Marruecos. Pero no aprobó su método. Había que superar aquella mentalidad de cruzada, según la cual se iba entre infieles a matar o a morir mártir. Por eso, añadió un capítulo a la Regla: Los que van entre sarracenos y otros infieles (1 R 16). El título ya nos coloca ante el destino de los hermanos menores de «ir por el mundo» (1 R 14, 1; 2 R 3). El mundo geográfico, para F•randsco, es el espacio legítimo tanto de los cristianos como de los demás; y a todos deben llevar los hermanos menores el mensaj,e de amor y de paz. Después traza la metodología misionera: «Y los .hermanos que van (entre infieles), pueden comportarse entre ellos espiritualmente de dos modos. Uno, que no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios (1 Pe 2, 13) y confiesen que son cristianos. Otro, que, cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios ... » (1 R 16, 5-7). He aquí la pastoral del testimonio, la querida por Jesús y enseñada insistentemente por el Concilio Vaticano II: vivir sinceramente el Evan– gelio y, cuando la gente plantee la inevitable pregunta: «¿Por qué sois así?», responder con sencillez, sin fanatismo: «Somos cristianos ... ». * * * Es reciente la publicación de la Exhortación apostólica de Juan Pa– blo II Reconciliatio et Piaenitentia, fruto del último Sínodo de los Obispos. Refiriéndose eipresament,e a la preparación de este Sínodo, decía el Papa el 12 de marzo de 1982, en Asís, al pueblo reunido ante la Basílica de Santa María de los Angeles, secular encuentro del Petdón: «Siento el deber de subrayar el mensaje específico que nos ofrece la Porciúncula y su Indulgencia. Es un mensaje de perdón y de reconcilia– ción, es decir, de gracia... ¿Quién no tiene algo que hacerse perdonar por m y por su paternal magnanimidad?... Todos los días deberíamos reavi- 7 Cf. F. DE BEER, Franqois que disait-on de toi?, París 1977, pp. 77-88.
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