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LA RECONCILIACIÓN Y EL PERDÓN... 399 Para llevar a cabo tal aventura, Francisco no se hace portador de ninguna embajada, ni del papa ni del rey, como era costumbre en oasos parecidos. No va en nombre de nadie. El cardenal Palagio, que había llega– do poco antes a Damieta en calidad de legado pontificio con un ejército de refuerzo, le advirtió que se cuidase muy mucho de comprometer los inter,eses de la Cristiandad. Así pues, el Pobredllo va en su propio nombre, como hombre, como cristiano. « ¡Soy ,cristiano, conducidme hasta vuestro señor! », dice a los sol.dados del Sultán que lo •habían arrestado. Llegado ante la «soberbia presencia del sultán», 5 no quiere ver en él al jefe del bloque enemigo. Para Franoisco s·e trata sólo de un hombre, de un hombre que tiene otra fe, tal vez más coherente que la de los prín– cipes cristianos. Entabla diálogo con él, de hombre a hombre, persuadido de que el ofrecimiento de perdón y de paz •por parte de Dios, que quiere salvar a todos, aloanza también al Sultán, como a cualquier otro hombre. Y halla en él a un hombre que busca con rectitud el camino de la sal– vaoión. Las fuentes históricas coinciden en afirmar que Francis,co s1e ganó la simpatía y el afecto ,del Sultán. En carta escrita en Damieta en la primavera de 1220, afiade Jacobo de Vitry que, cuando Melck-el-Kamel despidió a Francisco con todos los honores, «le pidió en secreto que orase por él al Señor, para que, inspirado por Él, acertase a profesar la religión que más agrada a Dios». 6 Las fUJentes contiemporáneas, de la Orden, pr·esentan el viaje del funda– dor como un fracaso, puesto que no había alcanzado ninguno de los dos obj,etivos que le atribuyen: ni la conversión del Sultán ni el martirio. Pero ciertamente Francis,co no tuvo la impresión de haber fracasado. Franoisco no fue a entablar una polémica, tal vez ni siquiera a con– vertir; fue a ,dar testimonio cristiano de humildad y de amistad, y quién sabe si también en reparación por tanta sangre derramada bajo el signo de la cruz. Parece históricamente cierto, según atesügua inc}uso una cró– nica árabe, que, precisamente en el año 1220, ,después de la visita de un misterioso monje venido de Occidente, se observó un cambio notable en 5 DANTE, La Divina Comedia, El Paraíso, Canto 11, v. 101. • JACOBO DE VITRY, Carta segunda, cf. texto en Escritos ..., ed. de la BAC, 1978, pp. 964-965. lDEM, Historia de Orie11te, c. 32: « ... y al despedirse le dijo (el Sultán a Francisco): "Ruega por mí, para que Dios se digne revelarme la ley y la fe que más le agrada"»; cf. texto en Escritos ..., p. 967. Véase también ERNOUL, Chronica, c. 37, donde, al igual que en los anteriores testimonios, se habla de la visita de san Francisco al Sultán; cf. texto en Escritos..., pp. 968-970.

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