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LA RECONCILIACIÓN Y EL PERDÓN... 397 de paz. Por la mucha eficacia que, sin duda, otorgó Dios a sus palabras, muchas familias de la nobleza, que desde antiguo se habían tenido entre sí un odio tan feroz que les había llevado muchas veces a mancillarse con el derramamiento de sangre, hicieron entonces la paz.»' Muchos oyentes hallaban, además de la conversión, el tesoro de la ver– dadera paz ,en la donación plena a Jesucristo. Guillermo Divini, poeta cortesano coronado por el emperador, fue uno de éstos. T<raspasado su corazón por las palabras de Francisco, l'e suplicó: «Sácame de entre los hombres y devuélveme al gran Empera:dor». Su conversión fue tan radical que el Santo no dudó en admitirlo al día siguiente en la Fraternidad y, «como a quien ha sido devuelto a la paz del Señor, le pone el nombre de hermano Pacífico» (2 Cel 106). Cuando por la reconciliación con Dios o, mejor, por la victoria de la misericordia de Dios en nosotros, entramos, según la ,expresión de Fran– cisco, en posesión de «la pura, y simple, y verdadera paz del espíritu» (1 R 17, 15), descubrimos el valor de la paz en las relaciones humanas y nos convertimos en agentes de paz. Comenta así Francisco la séptima biena– venturanza: «Son verdaderamente pacíficos aquellos que, en medio de todas las cosas que padecen en este siglo, conservan, por el amor de nuestro señor Jesucristo, la paz de alma y cuerpo» (Adm 15, 2). La verda,dera paz, con todo, no es un producto del hombre. Su origen es más elevado. «Tú eres la paz», escribe el Santo, poco después •de su estiigmatización, en las Alabanzas al Dios Altísimo (AlD 4). Nos adentramos en ella cada vez que acogemos el perdón que Dios nos ofrece por medio de Jesucristo, el Señor, a quien san Pablo proclama como «nuestra paz» (Ef 2, 14), y «en quien -s·egún la frase de Francisco, citando un texto paulino- todas las cosas ,que hay en cielos y tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente (cf. Col 1, 20)» (CtaO 13). Los cristianos de entonces, como los de nuestro tiempo, no estaban acostumbrados a establecer una relación tan clara entre el perdón de Dios y la paz entre los hombres. El per,dón público que la Igksia ofrecía, las ' TOMÁS DE SPALATO, Historia Pontificum Salonitanorum, MGH XXIX, 580; cf. texto en Escritos..., ed. de la BAC, 1978, p. 970. ·Federico Visconti, otro testigo de aquella jornada memorable, escribe en uno de sus sermones: «Por la gracia de Dios, vi a san Francisco y lo toqué con mis manos en la plaza comunal de Bolonia en medio de la multitud que lo apretujaba» (C. PIANA, I Sermoni di Fe– derico Visconti, arcivescovo di Pisa (t 1277), en Riv. di Storia della Chiesa in Italia 6 (1952) 236).
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