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178 L. IRIARTE Francisco se sirve de los términos mundo y siglo, unas veces para designar el conjunto de :los seres creados o la tierra habitada, otras como s1nónimo del tiempo presente, otras como equivalente de la sociedad humana, otras finalmente como enemigo de los intereses de Dios en el hombre. Es ésta la acepción que él tiene presente cuando nos dice haber «salido del siglo» o cuando recuerda a sus hermanos: «Nosotros, una vez que hemos dejado el mundo, no hemos de tener otra preocupación que la de seguir la voluntad del Señor y agradarle a él» (1 R 22, 9). Es sinónimo de conversión y de fidelidad a la vida evangélica; y requiere una vigilancia constante para verse libre de «los cuidados de este mundo y de las preocupaciones de la vida», aviso evangélico que repite muchas veces (l R 8, 2; 9, 14; 22, 16. 20. 26; 2 R 10, 7; 2CtaF 65; CtaA 3. 6). . «IR POR EL MUNDO»: MISIÓN ITINERANTÉ DEL HERMANO MENOR Cuando Francisco concibe su Orden como una fraternidad de «viajeros y forasteros», liberados, por la renuncia a toda instalación, para una mi– sión universal (2 R 6, 2), no hace sino tomar conciencia de uno de '1os ele– mentos más peculiares de la opción cristiana. La vocación de Abraham, obligado por Dios a salir de su patria, el éxodo de Israel por el desierto rumbo a la tierra prometida, la purificación del mismo Israel en el des– tierro, han óbrado poderosamente en la actitud ideal del nuevo pueblo de Dios ante las reailidades terrenas y en su impulso universal. Todo cristiano es un «viajero y forastero», que no tiene aquí «ciudad permanente», sino que se halla en marcha hacia «la ciudad futura» (Hbr 11, 13; 13, 4; 1 Pe 2, 11). En el lenguaje de los Padres apostólicos, no sólo cada cristiano, sino cada comunidad y aun el conjunto de éstas constituye la «Iglesia pere– grina». A partir del siglo IV dan comienzo las peregrinaciones a los lugares santos de Palestina y a las tumbas de los mártires. Recordemos el viaje de la monja española Egeria a fines de ese siglo. Con el monaquismo irlandés da comienzo, en el siglo VI, la peregrina– ción como ascesis: el monje se siente impulsado a optar por el exilio como medio de ruptura .con el mundo y de liberación espiritual; en el siglo siguiente esta «peregrinación por Cristo» evoluciona en empeño misionero. San Columbano, irlandés (t 615), y san Bonifacio, aJ.?-glosajón (t 754), son los dos representantes más destacados de esa espiritualidad monástica, que tiene como objetivo la fundación de monasterios en países lejanos.
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