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224 L. IRIARTE parece que fue otra de las conquistas de Francisco a su paso por Damieta; es posible que quedara impresionado por su predicción de la derrota en aquel asalto que se hizo contra la voluntad del rey. Lo cierto es que más tarde quiso hallarse presente a la canonización de Francisco (16 de julio de 1228). Volvió a Europa después de la pérdida de Damieta (julio de 1221); en 1231 fue coronado emperador de Constantinopla y al final de su vida ingresó en la Orden de los hermanos menores. 66 Lejos de mirar como un fracaso su viaje a Egipto, Francisco regresó a Italia convencido de que Dios había bendecido la empresa. Había visto confirmada su intuición de que existía otra vía, diferente de la cruzada, para «ir entre los sarracenos» e incorporarlos al Reino de Dios. El capí– tulo 16 de la Regla primera es el mejor fruto de aquella experiencia, aun dentro del marco en que lo encerró el colaborador redaccional Cesáreo de Spira acumulando textos bíblicos de sabor martirial. La vía consiste, como ya quedó expuesto, en ir a «vivir espiritualmente» entre ellos, adap– tarse a su realidad cultural y política, dando testimonio de coherencia cristiana, y en un segundo tiempo, cuando el terreno esté preparado, pre– dicarles la fe e invitarles a que «se hagan cristianos», pero sin integrarlos en la «Cristiandad» (1 R 16, 3-7). Otro descubrimiento realizó en su breve experiencia entre los secuaces del Corán: la de sus valores religiosos. Había cosas que podían servir de modelo a los cristianos, por ejemplo, aquel postrarse para orar, a cier– tas horas del día, a la voz del muecín, que se dejaba oír desde los almi– nares. Quiso implantar algo semejante entre los cristianos: que cada tarde fuera «invitado todo el pueblo, mediante pregonero o a toque de campana, a tributar alabanzas y acciones de gracias al Señor Dios omnipotente» (CtaA 7s; 2CtaCus 6s). ¿Habría que ver también en su gusto por acumular títulos y atributos divinos, en los momentos de mayor exaltación espiritual, una manera de cristianizar la devoción usual entre los derviches de recitar, pasando las cuentas de un rosario, los «cien nombres de Alá», de los cuales :e.1 ha revelado noventa y nueve, mientras que uno se lo ha reservado, porque «nadie es digno de nombrarlo»? Lo cierto es que, cuando en la mentalidad común toda la religiosidad de los infieles eran invención del demonio, Francisco sacó la conclusión de que, también «en ellos y por medio de ellos, es Dios quien hace y dice todo el bien» (1 R 17, 6; Adm 8, 3; 12, 2; 17, 1). * * * 66 G. GoLUBOVICH, o.e., I, 178-180.
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