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222 L. IRIAR'I:E Dios, sino «a todos los pueblos, gentes, tribus y lenguas, a todas las nacio– nes y a todos los hombres de la tierra entera»: a todos extendían su men– saje penitencial «los hermanos menores, siervos inútiles» (1 R 23, 7). En estos años han ido apareciendo estudios notables poniendo de relieve el significado profético de los viajes de Francisco al encuentro del mundo islámico y, de manera especial, el de su visita al sultán. 61 Es de notar que las fuentes franciscanas ven el empeño del Santo casi exclusiva– mente en clave del anhelo del martirio,· basta fijarse en los títulos de los capítulos dedicados a dichos viajes: De desiderio quo ad suscipiendum martyrium ferebatur (1 Cel, cap. 20); De fervore caritatis et desiderio mar– tyrii (LM, cap. 9). Inexplicable el silencio casi total de las informaciones que provienen del florilegio de Greccio, incluyendo la Vida II de Celano, sobre los viajes misioneros del fundador. Un objetivo secundario sería, según las mismas fuentes, la conversión del sultán. No hemos de extrañar que, por lo tanto, la impresión al interior de la Orden fuera que Francisco había fracasado en toda la línea en su viaje a Egipto. Las fuentes no franciscanas, especialmente los dos testigos presenciales Jacobo de Vitry y Ernoul, aun cuando la interpretan en clave de cruzada, captan la fuerza de testimonio cristiano de un hecho tan singular, que parece haber impactado al campamento cristiano. Son las que mayor f.e merecen, junto con el cronista franciscano Jordán de Giano, al tratar de precisar críticamente la finalidad y el resultado del encuentro con el sultán. Sin entrar en pormenores, parece demostrada, ante todo, la historicidad del hecho mismo y la resonancia que tuvo. ·Francisco no fue a la corte de Melek-el-Kamel para lograr el martirio, aunque dispuesto a padecerlo por amor de Cristo, ni con intención de convertir al sultán, quizá sí con cierta esperanza de conseguirlo. Fue sencillamente a encontrarse con él de hombre a hombre, con aquel aplomo que le daba su confianza en la abordabilidad de cada persona, recta en el fondo, cuando se la libera del disfraz que le impone el papel público que representa. Por eso no quiso llevar legación alguna ni recomendación o pase; y se alegró cuando, al ir a pedir la bendición al cardenal legado, el español Pelayo, éste condes– cendió, pero insistiéndoles, a él y a su compañero, que «en manera alguna dieran a entender a nadie que iban de parte suya». 62 61 G. BASETTI-SANI, Mohammed et St. Fran9ois. Ottawa 1959; Actitud profética de Francisco de Asís ante el Islam, en Sel Fran n. 16 (1977) 93-105. F. CARDINI, «Nella presenza del Soldan superba», en Studi Franc. 71 (1974) 199-250. F. DE BEER, Fra~ois, que disait-on de toi? Paris 1977; San Francisco y el Islam, en Conci– lium 17 (1981) 1370-1386. 62 Crónica de Ernoul, cap. 37, en G. GoLUBOVICH, Bibl. Bio-Bibliogr. della Terra Santa, I, 10.

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