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PRESENCIA PENITENCIAL Y PROFÉTICA DEL HERMANO MENOR 221 por sí solo cuando la verdad es encarnada en una vida. Es la táctica que él quería usasen los hermanos yendo por el mundo: «Cuando veamos u oigamos maldecir o hacer mal o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos y hagamos el bien y alabemos a Dios, que es bendito por los siglos» (1 R 17, 9). También para este testimonio a favor de la verdad y del bien el fun– dador confiaba en la presencia de la fraternidad como agrupación de sinceros creyentes. Cada candidato debía ser examinado cuidadosamente sobre su fe católica; todos debían «ser católicos, vivir y hablar católica– mente»; si alguno se desviaba de la verdadera fe, debía ser expulsado de la fraternidad (1 R 19, 1-3). Esta fidelidad a la santa madre Iglesia fue su mayor preocupación como fundador al final de su vida (TestS; Test 31-33; CtaO 44). Como el tema ha sido abundantemente estudiado, baste con lo dicho. 60 9. Frente a los sarracenos y otros infieles Mientras Inocencia III mantenía la tensión de la cruzada contra el Islam en los tres frentes vitales: Siria, Egipto y España, impulsaba la expan– sión de la fe en los países bálticos, todavía en gran parte paganos. Más que de evangelizar, se trataba de ampliar los confines de la Cristiandad mediante la ocupación militar, en la cual colaboraron los caballeros de la Espada, primero, y luego los de la Orden Teutónica, es decir, otra cru– zada, reconocida expresamente como tal por el papa. En aquella menta– lidad era difícil concebir otra manera de llevar el beneficio de la salvación a los pueblos situados en otra órbita política y cultural o el establecimiento de una Iglesia de Cristo que no fuera la «Cristiandad». Nunca se ponde– rará bastante la transcendencia histórica de la era misionera iniciada por Francisco de Asís. Los misioneros franciscanos y dominicos no tardarían en lanzarse, provistos de misión pontificia universal, a la evangelización del continente asiático, fundando Iglesias que ya no formarían parte de la unidad religioso-política de Europa, pero reforzarían la unidad de la Iglesia universal bajo la autoridad del .sucesor de Pedro. Francisco concebía así la presencia de la Iglesia «católica y apostólica» en el mundo, abierta no sólo a los componentes actuales del pueblo de 60 K. EssER, Die religiosen Bewegungen des Hochmittelalters und Franziskus von Assisi, en Festgabe Josef Lortz, II, Baden-Baden 1958, 287-315; Francisco de Asís y los Cátaros de su tiempo, en Sel Fran n. 13-14 (1976) 145-172. C. DELCORNO, Origini della predicazione francescana, en Francesco d'Assisi e francescanesimo dal 1216 al 1226, Assisi 1977, 128-130.

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