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220 L. IRL\RTE a la hoguera -sin pronunciarse públicamente contra tales procedimien– tos-, sino toda actitud polémica. En sus escritos no aparece ni una sola mención de los herejes; diríase que, en medio de una sociedad que se debatía ansiosamente contra ellos, sólo él los ignoraba. Pero lo más nota– ble es que tampoco los biógrafos, que respiraban aquel ambiente, le atri– buyen una sola expresión o un solo gesto contra los herejes. 59 No es, sin embargo, que se sustraiga a la preocupación común; en realidad los tiene muy presentes. Pero prefiere ser coherente con su táctica minorítica: el testimonio sencillo y claro de su fe católica y de su adhe– sión a la Iglesia jerárquica, afirmando insistentemente todo aquello que niegan los movimientos heterodoxos, en especial los cátaros y patarenos, y realizando gestos elocuentes que impactan fuertemente al pueblo. Era la confutación más eficaz de la herejía. Entre los efectos de su predicación en las poblaciones de la costa adriática, particularmente contaminadas de catarismo, señala Tomás de Celano: «Quedaba confundida la malicia herética, triunfaba la fe de la Iglesia y, mientras los fieles se regocijaban, se escondían los herejes. Era tan manifiesta su santidad, que nadie osaba contradecirle... Por encima de todo y más que nada inculcaba la conservación, veneración e imitación de la fe de la santa Iglesia Romana, única garantía de salvación. Vene– raba a los sacerdotes y- rodeaba de afecto extraordinario a todos los miem– bros de la jerarquía eclesiástica» (1 Cel 62). Estaba persuadido de que el mal, y sobre todo el error, no se combate eficazmente atacándalo de frente, mucho menos con posturas fanáticas, sino «venciendo el mal con el bien» (Rom 12, 21), y que el error se disipa 59 La única excepción podría ser el caso del hereje que quiso desacreditar públicamente al Santo mostrando la pata de capón que él le había dado (2 Cel 78). Pero no es infundada la sospecha de que se trata de una interpolación, ya que es de los pocos episodios de 2 Cel que no se hallan o en TC o en LP o en EP; tampoco está en la LM de san Buenaventura, que no deja pasar ningún hecho milagroso. Por otro lado, el hecho es colocado en Alessandrla, donde no es probable que hubiera predicado Francisco. Y, sobre todo, se trata de uno de los tópicos hagiográficos más manidos, que aparece, casi en los mismos términos, entre los milagros polémicos atribuidos tardíamente a san Antonio. Aun éste fue llamado malleus haereticorum, no tanto por sus arremetidas con– tra los sectarios, cuanto por la eficacia evangélica de su predicación, atenta más a denunciar la incoherencia de la vida de los católicos, incluidos los pre– lados, que a combatir a los herej 1 es, a juzgar por la Legenda assidua y por el contenido de sus sermones. De esa tendencia tardía a inventar milagros polémicos no se libró ni el ingenuo sermón a los pájaros de san Francisco, dándole un sentido similar al predicado por san Antonio a los peces. Cf. L. LEM– MENS, Testimonia minora, 28-33.
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