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218 L. IlUARtE de las incomodidades inherentes a la pobreza, de las vigilias nocturnas. Dicen los Tres Compañeros: «Lo mismo estando sano como estando enfermo, era durísimo con su cuerpo y casi nunca lo trató con miramientos. Hasta el punto que, llegado el día de la muerte, confesó haber faltado mucho contra su her– mano el cuerpo» (TC 14). Interesante ese casi nunca, que excluye también aquí toda actitud de fanatismo ascético. Tomás de Celano añade que, después de una intere– sante expansión con el compañero, pidió perdón al hermano cuerpo, exte– nuado ya por las enfermedades (2 Cel 210). 55 En el :número de los convencionalismos ascético-morales de raigambre monástica entra la prevención del «siervo de Dios» contra la mujer. Fuera de los ambientes monacales, la sociedad caballeresca había, por un lado, mitificado a la «dama» haciendo de ella como un ser ideal inasequible; pero, al mismo tiempo, miraba a la mujer real y concreta como un ser inferior, física y moralmente frágil. Francisco adopta para con la mujer la actitud cortés que le inspira su cultura trovadoresca, pero desmitificándola. Sabe que «en Cristo no hay discriminación entre hombre y mujer» (Gál 3, 18); se complace en enu– merar, entre los miembros de la Iglesia, a las mujeres en los varios estados: «religiosas, laicas doncellas, viudas o casadas» (1 R 23, 7; 2CtaF, 1); tiene el delicado detalle de no contentarse con el género común, sino que espe– cifica: « ¡Oh, cuán dichosos son aquellos y aquellas que tales cosas hacen! ... Todos aquellos y aquellas que no viven en penitencia... » (1CtaF 1, 15; 2CtaF 1). Hallaba en la hermana Clara la realización de la mujer «cristiana», 56 porque se había lanzado a todo riesgo en seguimiento de Cristo pobre y crucificado y, además, ella y sus compañeras reproducían en San Damián 55 Para ver en qué grado, en este como en otros temas, pesan los convencio– nalismos ascéticos en las fuentes biográficas escritas cuando ya la Orden estaba elaborando una pedagogía más o menos importada, basta ver la evolución de la manera de designar al cuerpo en los escritos del Santo y en dichas fuentes: en los textos de la Leyenda de Perusa Francisco lo llama «hermano cuerpo», si bien dice que hay que domarlo «como a un jumento reacio e indolente» (LP 96). En la elaboración hecha por Celano aparece ya la designación de «hermano asno» (2 Cel 116). Finalmente san Buenaventura llega a afirmar: «llamaba a su cuerpo hermano asno» (LM 5, 6). Sobre el argumento véase el n. especial de Evangile aujourd'hui, n. 123 (1984), titulado Notre frere le corps. 56 Lo sabemos por el testimonio de Esteban, transmitido por ToMAs DE PAvfA: Arch. Franc. Hist. 5 (1912) 419.
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