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PRESENCIA PENITENCIAL Y PROFÉTICA DEL HERMANO MENOR 217 la imagen del hombre penitente como triste y ceñuda: «Guárdense de apa– recer tristes al exterior e hipócritamente encapotados» (1 R 7, 16). Celano, al escribir la Vida II, añoraba los primeros años, en que «la hipocresía farisaica no había contaminado aún a tantos hermanos santos» (2 Cel 52). En esta pedagogía sobre la esencialidad en la vida del cristiano es de importancia particular la enseñanza sobre la humildad en el capítulo sobre los predicadores: «Guardémonos de todo orgullo y vanagloria. Y protejámonos contra la sabiduría de este mundo y contra la prudencia de la carne. En efecto, el espíritu de la carne... no busca la religión y la santidad interior del espíritu, sino que se afana por cultivar la religión y saJ?.tidad que aparece externamente a la gente. De éstos dice el Señor: Os aseguro que ya han recibido su recompensa (Mt 6, 2)... » (1 R 17, 9-13). Uno de los textos bíblicos preferidos de Francisco es el de Jn 4, 33s: Los verdaderos adoradores adoran a Dios en espíritu y en verdad (1 R 22, 30s; Adm 1, 5; 2CtaF 19s). Equivale a amarle y orar a Él «con corazón limpio y mente pura», sin instrumentalizar el servicio de Dios con segundas intenciones ni preocupaciones ajenas (1 R 22, 19s, 25s). El corazón pobre vela para no hacer un capital aun de las obras buenas, especialmente cuando se trata de rezos mecánicos, de maceraciones y penitencias corporales. Recordemos cómo vino en ayuda del hermano que dijo que se moría de hambre una noche por razón del ayuno cuaresmal: hizo preparar la cena para todos, y todos comieron con el necesitado; así se evitaba en los fuertes cierto sentimiento de superioridad porque ellos podían ayunar con rigor (LP 1; 2 Cel 22). En un capítulo general, enterado de que muchos hermanos llevaban a raíz de la carne cilicios, aros de hierro y cotas de malla, ordenó que se quitasen de encima todos esos instru– mentos y prohibió usarlos (LP 2; 2 Cel 21; Flor 18). Debió de ser en esa ocasión cuando dirigió la Admonición XIV, que hablaba por sí sola: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 3). Hay muchos que ·se dan a rezos y oficios {de superero– gación), y hacen muchas abstinencias y maceraciones en sus cuerpos; pero, por una sola palabra que se les ·antoja ofensiva a su persona o por cualquier objeto que se les quita, se desazonan y luego pierden la paz. Estos tales no son pobres de espíritu.» No es que Francisco halagase al «hermano cuerpo». Como realidad física lo aprecia, p9r ser don de Dios, pero como manifestación de las ten– dencias egoístas y terrenas lo declara «enemigo» de la acción del Espíritu en nosotros. Por eso lo tiene a raya, lo somete a la fatiga de las caminatas,
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