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216 L. IRIARTE digna, tanto mayor vergüenza causa cualquier mancha que haya en ella etcétera.» 53 7. Frente a la hipocresía y el amaneramiento ascético Hombre del Evangelio, educado por el Evangelio, Francisco ha debido de quedar impresionado a la lectura de la dureza con que Jesús fustiga la hipocresía, como la postura más opuesta al culto de Dios «en espíritu y en verdad», y la autosuficiencia ascética de acuñación farisaica, que hace consistir la religiosidad en observancias exteriores y en los valores de forma capaces de atraer la veneración de la gente. Como con los demás encuadramientos, hizo lo posible también por colocarse al margen de los convencionalismos ascéticos, si bien con mayor dificultad al tener que enfrentarse con usos y actitudes que se conside– raban imprescindibles en la imagen corriente del «varón de Dios», prác– ticas que contaban con una tradición monástica de siglos. La tarea aquí miraba a la orientación interna de la fraternidad, en el seno de la cual no tardó en ejercer fuerte poder de atracción el modelo cisterciense, pro– puesto positivamente por la santa Sede. Es ya conocido el forcejeo de los hombres de la institución, los «prudentes», con Francisco, por aumentar los ayunos y establecer la abstinencia al estilo monástico, para granjear veneración y prestigio a la Orden. 54 Existía también el peligro de caer en otra forma de hipocresía, la de ciertos movimientos penitenciales y pauperísticos, que afectaban desprecio del mundo en la manera del vestir. Podía ser interpretada en este sentido la manera pobre de presentarse los hermanos menores, aun con el cuidado de éstos de «no juzgar a los que visten bien». Escribió en la primera Regla: «Aunque se les moteje de hipócritas, no por ello dejen de hacer el bien; y no busquen vestidos costosos en este mundo... » (1 R 2, 15). Al capítulo de los ayunos, reducidos por él notablemente respecto de lo que se usaba en la vida religiosa precedente, hace preceder la enseñanza de Jesús: Cuando ayunéis no os hagáis los melancólicos como los hipó– critas (Mt 6, 16; 1 R 3, 2). Quiere hacer desaparecer, aun entre la gente, 53 !bid. 95s. Sobre iel tema en general pueden consultarse: K. EssER, Sancta Mater Ecclesia Romana. La piedad eclesial de san Francisco, en Temas espiri– tuales, Oñate 1980, 139-188; AA.VV ., La Chiesa e la spiritualita francescana, Qua– derni di Spiritualita., 7, Assisi 1%4; AA.Y.V., S. Franciscus et Ecclesia, n. extr. de la rev. Antonianum vol. 57 (1982). 54 Para comprender el porqué del apoyo de la santa Sede al modelo cister– ciense basta la motivación dada por Gregorio IX en 1237 al imponer a todas las «damianitas» la abstinencia perpetua: el buen nombre die la Orden, ya que por ello son tan venerados los cistercienses (Bull. Franc. I, 209s).

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