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214 L, IRIARTE »-¡Hermanos ladrones, venid! Somos vuestros hermanos y os traemos buen pan y buen vino. »Acudirán al instante. Entonces extended un mantel en la tierra... , servidles con respeto y buen humor. Cuando hayan terminado de comer, proponedles las palabras del Señor; concluiréis la exhortación pidiéndoles, por amor de Dios, que os prometan, ante todo, no herir ni maltratar a las personas... Al día siguiente volved, añadiendo huevos y queso... Por fin el Señor los moverá a cambiar de vida... » Los hermanos lo pusieron por obra y el éxito fue total (LP 90). El epi– sodio sería después ampliado y novelado en las Florecillas (cap. 26). Era la disposición de ánimo que tomaba sobre posibles acometidas de las fieras salvajes, como aparece en la respuesta que dio a los aldeanos cuando quisieron disuadirle de proseguir el camino, al anochecer, montado en un asnillo, hacia los montes de Gubbio: «¿Qué mal le he hecho yo al hermano lobo para que se atreva a devorar a nuestro hermano asno?» 51 Se cree que este hecho dio el núcleo histórico para la florecilla del lobo de Gubbio (Flor cap. 21), de profunda significación simbólica en el tema de la actitud del Poverello ante la violencia. 6. Frente al escdndalo de los representantes de la jerarquía Su misma fe concreta y reverente a la «santa madre Iglesia», no menos que su sentido de rectitud y de lealtad cristiana, hacía sentir a Francisco profundamente la misma realidad que denunciaban los corifeos de la reforma: un alto clero secularizado, simoníaco y ambicioso, con frecuencia violento y faccioso, con todas las lacras de la nobleza de donde procedía; un bajo clero ignorante, incontinente y sin vocación, explotado beneficial– mente por los obispados y las abadías. Pero también en esto optó por una línea netamente evangélica de fe, amor, veneración y obediencia, «no tanto por ellos mismos, si son peca– dores, cuanto por el orden, oficio y ministerio que ejercen» (1 R 19, 3; 2CtaF 33). «Aunque sean pecadores, nadie debe juzgarlos, porque el mismo Señor se reserva exclusivamente el derecho a juzgarlos» (Adm 26). Con– sidera como una de las gracias recibidas de Dios junto con la conversión, «una gran fe en los sacerdotes», por «pobrecillos» y despreciables que sean, como lo afirma en el Testamento. Quiere estar sometido aun al más humilde párroco rural en el ejercicio de la predicación, sin recurrir contra ninguno de ellos, sin prevalerse de cartas de protección o de privilegio. 51 D.M. FALOCI PULIGNANI, S. Francesco e il monastero di S. Verecondo, en Mise. Franc. 10 (1906) 7s.
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