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PRESENCIA PENITENCIAL Y PROFÉTICA DEL HERMANO MENOR 213 Perusa, Vida II de Celano y el Espejo de Perfección- lo presentan en un clima de viejos resentimientos entre las dos ciudades rivales. Francisco se puso a predicar en la plaza ante una gran multitud de pueblo; pero los nobles se propusieron estorbar la predicación irrumpiendo en el lugar montados a caballo, como en actitud hostil contra el predicador «por ser de Asís». Francisco entonces les habría echado en cara su orgullo y arro– gancia, que les llevaba a devastar las tierras de las ciudades vecinas y a cometer asesinatos, anunciándoles que, si no se convertían y reparaban los daños ocasionados, Dios los castigaría con la lucha intestina. Así fue, «a los pocos días el pueblo se alzó en armas contra los caballeros; éstos, apoyados por la Iglesia que les ayudaba, devastaron los campos, las viñas y los frutales del pueblo; lo propio hizo ·éste con las posesiones de los nobles. 50 Si las cosas sucedieron así, ¿ cómo no atribuir a la predicación de Francisco una acción directa en la sublevación popular? No parece admisible. Por lo que hace al bandidaje, Francisco toma la actitud de quien, por no tener nada, se siente al seguro de toda rapiña. Al obispo Guido, que hallaba exagerada la pobreza total, le respondió: «Messer, si tuviésemos bienes, tendríamos necesidad también de armas para defenderlos. Por causa de las riquezas se originan los litigios y los pleitos... » (TC 35). Para garantizar esa serena libertad, sin recelo de ninguna clase, escribió en la primera Regla: «Guárdense los hermanos, donde quiera que se hallaren, de apropiarse lugar alguno o de defenderlo contra nadie, sino que cualquiera que venga a ellos, amigo o enemigo, ladrón o salteador, sea acogido con bondad» (1 R 7, 13s). En esta lógica desconcertante, pero muy evangélica, hay que encuadrar la exhortación hecha a los hermanos del eremitorio de Monte Casale, que le preguntaron sobre el modo de comportarse con los bandidos de aquellos parajes, que venían a ellos, no para robarles, sino acosados por el hambre: «Si queréis ganar sus almas, id a encontrarlos llevando buena provi– sión de pan y vino. Llegando a su ladronera, gritadles: 50 LP 35; 2 Cel 37; EP 105. La guerra civil se encendió en Perusa en 1214, en 1217 y, por último, en 1223-1225, terminando con el exilio de los nobles. El relato primero de LP es más realista y menos revanchista que los otros dos; Celano, por motivos comprensibles, omite el inciso «apoyados por la Iglesia que les ayudaba».

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