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PRESENCIA PENITENCIAL Y PROFÉTICA DEL HERMANO MENOR 203 ñería de la gente en las ofertas sobre la tumba de san Pedro, «vac10 su bolsa llena de monedas de plata, las cuales, cayendo dentro de la verja del altar, produjeron un sonido tan fuerte, que los presentes quedaron atónitos ante semejante largueza» (TC 10). Pocos días después de:l encuen– tro con el leproso, «tomó consigo una gran cantidad de dinero y se dirigió a la leprosería, distribuyéndolo entre ellos» (TC 11). Pero el golpe, que cambiaría radicalmente su valoración del dinero, ocurrió cuando el capellán de" San Damián se negó a recibir la suma de dinero que él había obtenido con la venta del caballo y de las telas en Foligno con el fin de cumplir la orden del Crucificado. «Entonces Fran– cisco, en un sincero desprecio de la riqueza, tiró el dinero sobre el alféizar de una ventana como si fuese un puñado de polvo» (1 Cel 9, 14; TC 13, 16). Renunciaría, pues, al papel de rico bienhechor. Interpretó aquel rechazo como si Dios le hiciera ver que no es con dinero como se ayuda eficaz– mente a los hermanos pobres ni como se realizan las obras de Dios (cf. 1 Cel 14). La experiencia vino a confirmarle en este signo evangélico: sin dinero, trabajando con sus manos, mendigando el material piedra a piedra y aso– ciando a otros pobres a su empresa, no sólo logró reconstruir la iglesita de San Damián, sino luego otra, y otra tercera. Al escuchar en la Porciún– cula el evangelio de la misión de los discípulos, en que Jesús les prohíbe llevar consigo bolsa y dinero, vio en ello una confirmación de la opción que había hecho. El dinero ya no contará ni en su vida personal ni en ila vida y la acción de su Orden. Lo excluirá absolutamente, con más fuerza en la Regla defi– nitiva que en la primera. Intuye que, si la tentación del monasterio había sido, en el contexto feudal, la ampliación de las posesiones y de los censos, ahora lo sería, para una Orden destinada a «ir por el mundo» y a encar– narse en aquella nueva sociedad de economía pecuniaria, la fácil acumula– ción de dinero, nueva fuente de poder y de prestigio. De nada serviría haberlo «dejado todo», si luego los hermanos menores perdían la libertad evangélica y los valores del Reino «por tan poca cosa» (cf. 1 R 8, 5). Nada, por lo tanto, de ir «recaudando dinero para casas y lugares, ni acompañar a persona alguna que ande recaudando dinero para tales lugares» (1 R 8, 8). Tal es el testimonio neto y radical que Francisco quiso ofrecer a ta sociedad civil y religiosa del futuro: enseñarle, con una postura profética, a relativizar el valor de lo económico. «El diablo trata de cegar a quienes codician el dinero o lo estiman más que las piedras» (1 R 8, 4). Pero fue una denuncia serena, sin fanatismo ni orgullo. Hemos de leer con des– confianza ciertas expresiones y actitudes de sabor cátaro, atribuidas al Santo en '1a Vida II de Tomás de Celano, como si él hubiera puesto el énfa– sis en el contacto material de la moneda (2 Cel 65-68), como también

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